Vivir el Moncada en compañía de Marta Rojas
Por: Marlene Caboverde Caballero.
Este es un diálogo con Marta Rojas, la autora del libro El juicio del Moncada, pero es, sobre todo, la entrevista de mi vida. La hice en julio de 2012, vía telefónica, sin sospechar que menos de una hora de conversación servirían para reconstruir muchos de mis conceptos y fortalecer todos mis principios.
Desde entonces cada vez que el mes de julio gobierna el calendario retomo las palabras de esta valiosísima escritora cubana y las reparto, como los panes y los peces que quitan el hambre, pero estimulan la sed y la fe.
Los asaltos a los cuarteles Guillermón Moncada, en Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, el 26 de julio de 1953, se transformaron de la causa número 37 del Tribunal de Urgencia de Santiago de Cuba en historia, gracias al recuerdo de Melba y Haydée, de Fidel y Raúl y de otros testigos y protagonistas de aquellos sucesos. No obstante, la permanencia de esa epopeya en la memoria colectiva se debe, sobre todo, al instinto, la constancia, el talento y la pluma de la periodista y narradora Marta Rojas.
Marta es santiaguera y fue esa feliz coincidencia, o mejor, su mirada previsora lo que le permitió estrenarse en el mejor oficio del mundo y privilegiarlo además, cuando presenció, tejió y diseminó las verdades sobre el 26 de Julio.
Fue un domingo de carnavales: lo sabemos. Cuba cambiaba el rumbo en los brazos y los pechos de un puñado de jóvenes. Marta nos regaló esa certeza hace más de medio siglo y ahora la renueva:
En esos años yo estaba estudiando en La Habana. Justamente en el 53 es que me gradúo en la Escuela Profesional de Periodismo Manuel Márquez Sterling, pero toda mi familia vive en Santiago de Cuba, por eso visito una o dos veces al año mi ciudad natal. El 53 era esperado desde que arrancó la década de los cincuenta porque era el centenario de José Martí, sobre todo por los estudiantes. Yo salgo para Santiago el 24 de julio, como lo hacía cada año pues en esos días terminaban las clases. Llego el 25 por la mañana. No sospechaba lo que ocurriría allí, solo algunas células del movimiento 26 de julio y las personas involucradas en la acción sabían los planes. Yo supe después por el propio Fidel, que en la Marcha de las Antorchas que se hizo en la Universidad de La Habana el 28 de enero participaron algunos de los que asaltarían después los cuarteles Moncada, en Santiago de cuba y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo.
Así comienza su narración. Yo, nerviosa del otro lado del teléfono. He visto a Marta Rojas solamente en la tele, los libros, la prensa. Ocho décadas de vida. Su poder y su mayor virtud es la palabra. Marta cuenta y otra vez es 26.
Yo llego a Santiago y son los carnavales. Por la madrugada estoy allí, trabajando como periodista además. El fotógrafo Panchito Cano, que me conoce, me propone hacer una crónica sobre el carnaval y le digo que sí porque sería publicada en Bohemia y además me pagarían cincuenta pesos. En la madrugada empiezan a sonar algo pienso, que eran fuegos artificiales y Cano me dijo que no, son disparos.
Enseguida corre la voz que es una pelea entre los propios soldados. Por qué corre esa voz, porque vecinos que viven cerca del Cuartel vieron como corrían de un lado a otro, personas todas vestidas iguales, porque los asaltantes del Moncada iban vestidos con el uniforme de caqui amarillo, que era el uniforme reglamentario del Ejército. En medio del carnaval es que los periodistas profesionales, entre ellos ese fotógrafo y yo, decidimos ir al periódico Diario de Cuba a ver qué pasaba y es donde nos dicen que están asaltando el Moncada.
Alejo Carpentier tenía razón: «Ágil y talentosa escritora, de profunda vocación periodística, mirada sagaz, estilo directo y preciso, don de mostrar muchas cosas en pocas palabras». Así la describió y así es realmente ella: la única mujer periodista que vislumbró en las acciones del Moncada y sus protagonistas una gran lección y un nuevo camino para andar.
Cuando ocurren los hechos hubo una censura oficial de prensa. Desde el propio 26 de julio comienzan a nombrar censores en los distintos periódicos y revistas, eran personas que debían censurar a partir de aquellos momentos todo lo que habría de publicarse de acuerdo con el gobierno de facto, que era como se llamaba el gobierno recién instalado de Batista el 10 de marzo. Entonces, en ese transcurso de tiempo tratan todos ellos de ir al Moncada, y yo también involucrada en eso porque ya me olvido del carnaval y no me separo de más de ellos.
Finalmente, pudimos entrar a las siete y pico de la mañana pues el Ejército no permitía acercarse a aquel lugar. Hay una conferencia de prensa a la una de la tarde dentro del Cuartel, en la oficina del coronel Alberto del Río Chaviano, al que luego llamarían El Chacal de Oriente. Ese es el primer acto desde el punto de vista periodístico que ocurre el mismo 26 de julio.
En esa conferencia de prensa Chaviano da su versión de los hechos. Lo único cierto que dice es, que el jefe de ese movimiento es un abogado, que era un dirigente estudiantil y era el doctor Fidel Castro. Pero también en ese momento dice la gran mentira, que a Fidel le habían pagado un millón de pesos la gente del ex presidente Prío Socarrás. No fue así. Se sabe que las armas y todo fue comprado por los combatientes con sus propios recursos y de eso se ha hablado bastante.
Con serenidad, Marta Rojas revive el 26 de julio que se tiñe ahora con otros colores gracias a su elocuencia. Inquieta por momentos. No quiere omitir los detalles. Ha cuidado cada trocito de aquella hazaña.
Después hicimos un recorrido por el Cuartel. Vimos los cadáveres que son fotografiados por los fotógrafos que estaban allí. Lo primero que capté, como seguramente les sucedió a los demás, fue que las cabezas estaban destrozadas, evidentemente por disparos a quemarropa. Sin embargo, tenían los uniformes completamente limpios. Eso fue fotografiado por Panchito Cano también. Era evidente que los habían asesinado y luego los habían vestido: fue un teatro lo que presentaron allí. Notamos, que solo los que estuvieron cerca de la posta tres fueron los que cayeron en combate se veía.
Cuando uno ejerce el periodismo tiene que mantener la mayor serenidad posible, más en un hecho así que fue tan impactante. En mi caso, lo que hago es observar detenidamente todo, las paredes donde había manchas de sangre…todo, todo sin llanto, ni gritería. Mi objetivo es recoger la mayor cantidad de información posible para hacer un reportaje veraz y fuerte desde el punto de vista periodístico.
Cuando termina ese recorrido por el llamado “teatro de los hechos”, un oficial dice a los fotógrafos, que tiene que entregar los rollos y las películas porque se iban a imprimir en el Campamento de Columbia, en La Habana. Ya son pasadas las cuatro de la tarde. De Santiago no salían aviones por la noche porque estaba recién inaugurado el aeropuerto nuevo, el Antonio Maceo y todavía no tenía todas las condiciones y el de San Pedrito, el viejo, no tenía luces tampoco.
Entonces Panchito Cano, que era un fotógrafo de mucha experiencia, mientras buscaban la bolsa para que todos los fotógrafos echaran sus rollos, él me pregunta, que si yo tenía los rollos de los carnavales. Yo le digo que sí y me propuso; “-Vamos a cambiarlos”. Yo, de acuerdo con él, le doy los rollos del carnaval y él puso en la cama de un camión los que había tomado en el Moncada. Así fue como yo me echo en el bolsillo los del Moncada y él entrega los de los carnavales. Cuando salimos de ahí, él va para un estudio pequeñito que tenía de fotografía, los revela y me da 25 pesos para que yo viajara a La Habana en cuanto pudiera salir el primer avión y se los entregara a Miguel Ángel Quevedo, el director de Bohemia a quien yo no conocía personalmente.
Noel Nicola, un trovador cubano de los grandes, dijo: «Hay un almanaque lleno de días 26». Es una imagen hermosa que ahora se torna confirmación: el Moncada brilla diferente en la palabra viva de Marta Rojas.
Llego a La Habana al día siguiente y le digo al director, que tengo que hacer el reportaje porque no me había dado tiempo escribirlo en Santiago. Cuando terminé se lo entregué a Enriquito de la Osa, que era el director de la sección «En Cuba» de Bohemia, y me dijo que no se podía publicar porque había llegado el censor a la revista. Sin embargo, me dijeron que tratarían de publicar las fotos porque se dieron cuenta de que eran documentos importantes.
Supe después que para hacerlo el director se impuso. Bohemia era muy importante a nivel nacional, tiraba casi un millón de ejemplares y se conocía también en América Latina. Entonces logra publicar las fotos, pero con la versión oficial leída por Chaviano y que reflejaba mentiras como lo del millón de pesos que había dado el gobierno opositor y que los combatientes habían asesinado a oficiales enfermos, entre otras calumnias.
La revista sale el viernes. Como había censura para la prensa los únicos periódicos que pudieron publicar algunos detalles sobre los hechos fueron dos periódicos de Santiago de Cuba y los de La Habana. La gente desconocía los hechos. La censura oficial los tergiversaba mientras otros partidos de oposición les daban poca importancia porque había surgido un dirigente nuevo: uno que había hecho lo que ellos decían que iban a hacer y no habían hecho, sí robar mucho dinero, pero no ofrendar sus vidas. Yo le llamo “la conjura del silencio”. Sin que se hubieran puesto de acuerdo para que no se supiera y se olvidara lo que allí ocurrió.
El escritor cubano ya desaparecido, Lisandro Otero dijo de Marta Rojas, que, «además de sus cualidades de periodista, está dotada de los atributos del buen narrador, sabe contar el relato que se propone con un ritmo fluido, sereno y confortante». Es verdad. Su discurso transcurre casi todo el tiempo en presente. Marta regresa a una Santiago convulsa, ensangrentada y me lleva con ella.
Como no se pudo publicar el reportaj, el director de Bohemia comenzó a preguntarme sobre las personas que me conocen en Santiago y me dice que a quien estaban persiguiendo era a Panchito, y que yo debía regresar de inmediato a Santiago de Cuba. Cuando llego visito la Granjita Siboney, el Hospital civil, fui a Bayamo para enriquecer mi reportaje.
En esos días hablo con el doctor Baudilio Castellano, más conocido como Bilito, que fue compañero de Fidel en la Universidad y que asumiría la defensa de los combatientes del Moncada con excepción de Fidel que asumió su propia defensa y Melba, como era abogada, su defensa la asumió el Colegio de Abogados. Baudilio me conocía porque en mi casa había una sastrería, mi padre era sastre y la ropa se la hacía allí. Le pregunto sobre cómo podía ir al juicio, pues ya se estaba anunciando que iba a ser rápido. La fórmula que se nos ocurrió a los dos, fue que yo le hiciera una pregunta a los magistrados, al fiscal para que hablaran del juicio, además para identificarme, a mí nadie me conocía como periodista, yo no estaba colegiada y aquello podía considerarse un intrusismo profesional.
Entonces hago la entrevista y la envío a Bohemia. Se decía que era el juicio más grande de la historia pero porque había muchos acusados, tantos abogados. Es decir, eran elementos a los que el censor no le halló nada como para que dejara de publicarse en la revista. Incluso, Baudilio, dijo que él iba a defender como abogado de oficio a los acusados. Con el nombre mío en la revista entonces voy de nuevo al tribunal y solicito ver el juicio y así es como me acreditan y ponen: Marta Rojas Bohemia, pero todavía yo no trabajaba en Bohemia. Comencé a trabajar allí en octubre de ese año, después del segundo juicio, porque el juicio empezó el 21 de septiembre: llevaron a Fidel a las dos o tres primeras vistas y el acusado se convirtió en acusador. Lo retiraron y le celebraron otro juicio el 16 de octubre que es cuando él hace su autodefensa y su alegato conocido hoy como La historia me absolverá.
Participé en todos esos juicios desde el 21 de septiembre del 53 en el palacio del pleno de la audiencia, fui a ese juicio donde fueron aquel día 24 o 25 periodistas. Eran profesionales y veían que no se podía publicar nada más que una nota muy simple y no siguieron yendo. Pero yo sí permanecí en todos. Terminó esa primera etapa el dos de octubre y me quedé en Santiago para esperar que le hicieran el otro juicio a Fidel que fue el 16 de octubre en la salita de enfermeras del Hospital. En este primer juicio yo tomé notas de todas las declaraciones de los acusados y en los interrogatorios y las respuestas de Fidel. Fue una sesión y media. Eso fue durante los días 21 y 22.
Cuando terminó esa parte ya la voz popular, es decir la gente que estaba allí, los familiares, incluso, los mismos soldados, los empleados de la audiencia y así todo Santiago de Cuba conoció la verdad, incluyendo lo que contaba yo y otros periodistas que entraban y salían que estaban acreditados pero que no podían publicar nada. El propio Fidel diría después en lo que fue La Historia me absolverá y que él reconstruyó luego en Isla de Pinos: “Hay ante mí seis periodistas en cuyos órganos de prensa no podrán publicar nada”.
Los minutos vuelan para atrás. Ella mueve los hilos de la historia, y me ayuda a reconocer al Santiago de aquellos días, al Fidel de aquellos tiempos.
La visión que yo tengo de la situación política del país, la tengo de La Habana, cuatro años antes del Moncada, pero no era muy diferente al resto del país. Desde el punto de vista político había una gran ebullición, un gran entusiasmo de la juventud y el pueblo en general con el Partido Ortodoxo, aquel que fundó Chivás.
El joven abogado Fidel castro pertenecía a ese Partido. Incluso, de haberse celebrado las elecciones, el Partido Ortodoxo hubiese arrasado. Mucho se ha hablado de la corrupción político administrativa, los fraudes electorales, el propio Fidel escribió numerosos trabajos para el periódico Alerta sobre esos temas.
En el país existía lo que se llamaba “democracia representativa” que se ve en muchos países de América Latina. Hacía poco tiempo que la televisión se había instalado en el país con el Canal 4 de Pumarejo, por cierto, fue allí donde hice mis prácticas de periodismo en Mazón y San Miguel».
Regresa Marta a los días posteriores de los hechos del Moncada. Entonces comenzó a forjar para la posteridad el mayor monumento escrito a Fidel y los jóvenes que desafiaron al tirano.
Después que se conoce el hecho en Santiago de Cuba, decretan la censura para todos los periódicos. Pero esas notas las recogí desde el 21 de septiembre y cada día iba haciendo el reportaje como si lo fuera a publicar, con notas de prensa, a mano, yo no soy taquígrafa.
Ahora se usan las grabadoras, a mí no me gustan, pero en aquella época eran enormes y no permitían usarlas allí. Al terminar tenía como 200 cuartillas. Regresé a La Habana se las mostré al director de Bohemia y me dijo que había que sintetizar aquello porque era muy largo.
En cuanto se suspendió la censura la sinteticé en doce cuartillas, pero guardé todo lo que había escrito y eso es lo que después del triunfo de la Revolución edito yo misma, las ordeno porque habían transcurrido seis años. Es después el libro que primeramente se llamó La generación del centenario en el juicio del Moncada y después se ha publicado varias veces. Con motivo del 50 Aniversario de la Revolución se reeditó como El juicio del Moncada. De la segunda o la tercera edición fue alejo Carpentier quien hizo el prólogo.
Nuestro diálogo regresa al libro y a los hechos. Es así como volvemos al juicio.
Yo pensé que iba a ver a una persona abatida. La idea que tenía no era de ver a alguien con aquella hidalguía y aquella autoridad con que entró a la sala, aunque lo llevaron esposado. Para mí la primera victoria desde el punto de vista emocional de aquel episodio horrible por los crímenes, pero hidalgo por la lucha del 26 de julio, es la protesta de Fidel dentro de esa sala que estaba llena de soldados con bayonetas caladas.
Él protestó y dijo que no se podía juzgar a un individuo esposado. Lo dijo con tanta fuerza y alegó, como abogado que era, por qué no se podía hacer así, y hubo un murmullo tan grande, ¡vaya!, fue como un terremoto… A tal punto, que el fiscal y el jefe del Tribunal suspendieron la sesión hasta que quitaran las esposas a los acusados. Tuvieron que quitarle las esposas y él pide como abogado, asumir su propia defensa y también ganó aquella petición.
Una de las cosas que más me impresionó a mí en el juicio es cuando le preguntan a Fidel si él era el autor intelectual del asalto al Moncada y habían aceptado un millón de pesos, este responde: “Aquí nadie se tiene que preocupar de que lo acusen de ser el autor intelectual del Moncada, porque el único autor intelectual del Moncada se llama José Martí”.
El Moncada cambió el curso de la vida de Martha Rojas y el de todos los cubanos. Así lo comprendo desde la primera palabra y se enfatiza en mi corazón cuando estamos a punto de cerrar nuestro encuentro.
Si no hubiera creído que el Moncada marcó un antes y un después en la revolución cubana me hubiera ido de allí como la mayoría de los periodistas. Yo tuve la convicción desde que vi a Fidel por primera vez, que aquello tendría que publicarse algún día porque aquellos hechos no podían pasar inadvertidos de ninguna manera en la historia. Yo decía: Esto, si no se publica hoy se publicará mañana, pasado. Es más, los amigos de mi papá decían, “Tu hija está perdiendo el tiempo, ella que hizo su práctica en la televisión y la televisión es más importante, lo más moderno.
Y no lo decían de mala voluntad pues eran patriotas. Si yo no me presentaba en septiembre en el Canal 2 perdía el trabajo. Y yo no me presenté. Me quedé en Santiago.
Experta como es para convertir la historia en novelas reveló algo que yo sospechaba de una periodista de su estatura:
Jamás reescribiría los sucesos del Moncada. Puedes estar segura. Yo tomé aquello como notas de prensa que hubieran podido ser publicadas en un diario de no haber habido censura. A los seis años le di una estructura, lo concebí y lo armé como un libro, incorporándole lo que vi en Bayamo, los paisajes nuevos que se fueron sumando y lo escribí así. Entonces, yo ese libro no lo reescribiría nunca. La primera edición fue muy popular y la publicaron en forma de unos libritos que publicó la Editorial Tierra Nueva. Después se hizo otra en Ediciones R pero le faltaron detalles porque fue con mucha premura.
En aquella época la leyó Alejo Carpentier, y en una ocasión en que nos encontramos, durante la guerra de Viet Nam, pues yo fui corresponsal allí, y él había sido invitado por los intelectuales vietnamitas a Hanoi me dijo: Cuando hagan otra edición, me avisas, que yo quiero hacerle el prólogo. Él me dijo entonces, que yo era novelista por instinto. Le pregunté por qué y me respondió que era por la estructura que yo le había dado al reportaje.
Fidel me dijo también que el Manifiesto en realidad lo había escrito Raúl Gómez García, no él como yo había reflejado y le hice después esa observación. Así que ese libro no lo volvería a hacer jamás. Si tiene una errata se la arreglaría.
Le doy las gracias pero antes de colgar pido su consejo para encontrar nuevas y mejores maneras de fomentar el conocimiento y el amor por los sucesos del 26 de julio de 1953, por lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos. Sin dudar responde:
Yo no soy la persona indicada y no me gusta dar consejos. Creo que como un evento extraordinario de la Patria, pues debemos conocer a fondo nuestras luchas de independencia desde Hatuey y los palenques, desde la guerra del 68, del 95 y las luchas de Mella, de Guiteras, el Moncada fue trascendental porque tuvo la virtud de que los elementos básicos que se plantearon y registraron en La historia me absolverá y que con tanto trabajo fue reconstruido por Fidel y se pudo imprimir en la clandestinidad, deben leerse, deben estudiarse por las nuevas generaciones, porque fue uno de los sucesos más trascendentales de la historia de Cuba.
Fuente: Radio Camoa