Una historia con bomberos
Por: Ciro Bianchi.
Fue el incendio que, en la madrugada del 6 al 7 de septiembre de 1873, redujo a cenizas el mercado conocido como Plaza del Vapor, en el espacio enmarcado entre las calles de Galiano, Reina, Águila y Dragones, lo que determinó la formación inmediata del Cuerpo de Bomberos del Comercio, con el que se dio culminación al proyecto que en ese sentido se acariciaba desde tiempo antes y que, pese a su importancia, no acababa de concretarse. Se ubicaban en la planta baja de dicha plaza pequeñas industrias, talleres de artesanos y no pocos establecimientos comerciales, mientras que el piso alto se destinaba a casas de familia. El siniestro ocasionó pérdidas materiales cuantiosas y dejó muertos y lesionados.
Fue aquella madrugada cuando se empleó por primera vez en la Isla una bomba de vapor para la extinción de incendios; la única que había en Cuba. Era propiedad de la compañía de seguros North Bristish, empresa que no demoraría en donarla al Cuerpo de Bomberos del Comercio al quedar este constituido el 17 de septiembre del año mencionado, a las 12 del día, hora en que se abrieron las puertas del primer cuartel de los bomberos que tuvo el país, en la calle de San Ignacio.
Solo que —y aquí viene lo interesante— no había bestias para tirar de aquel artefacto y la máquina debía ser arrastrada por los mismos bomberos. Tan penosa situación hizo que Isidro Rodríguez, propietario de un tren de carruajes, deseoso de sumarse de alguna manera a la labor altruista de los bomberos, ofreciera para el arrastre de la bomba dos caballos de los que tiraban a diario de sus coches. El buen hombre prestaba una pareja cada vez que las circunstancias lo exigían, lo que obligaba, en caso de aviso de incendio, a localizar por las calles habaneras a alguno de los vehículos del tren de Isidro, desengancharlo de los caballos en plena vía pública, y llevar las bestias para el cuartel de San Ignacio a fin de engancharlas a la bomba.
Las cosas mejoraron con el tiempo para los bomberos del Comercio. Gracias a donativos y el dinero obtenido con lo recaudado en funciones teatrales de beneficio fueron haciéndose de los caballos y los implementos necesarios para su quehacer. Entre 1885 y 1895, a aquel solitario cuartel de la calle San Ignacio se añadieron las estaciones de las calles Sol, Galiano y Prado esquina a San José. Funcionó asimismo una estación en la calle A, en el Vedado, y otra más en la Calzada de Monte entre Fernandina y Romay.
Incendio en Jesús María
En la tarde del domingo 25 de abril de 1802, La Habana conoció una de las mayores tragedias de toda su historia. En cuestión de horas dejaba de existir el barrio de Jesús María. Casi 200 casas totalmente destruidas y otras muchas con afectaciones de envergadura dejaban a más de 8 700 personas sin hogar. Se reportaban asimismo daños humanos. Fueron numerosos los lesionados y siete personas murieron carbonizadas.
Eso es lo que se conoce hoy como el primer incendio de Jesús María, aunque las llamas alcanzaron también al barrio colindante, el de Guadalupe; una zona que se extendía desde la calle Águila hasta el puente de Chaves, en La Habana de extramuros, de las más pobres de la ciudad, con casas de madera y techo de guano en su mayoría.
Con relación a ese siniestro se habrá preguntado el lector qué hicieron los bomberos. La respuesta es simple: nada. Y la explicación, más simple todavía, la da Rolando Aniceto en su libro Primeros en La Habana, al que nos hemos referido otras veces en esta página. Sencillamente no existían bomberos en La Habana de entonces. Tampoco los había al ocurrir el segundo incendio de Jesús María, no menos desastroso que el primero, el 11 de febrero de 1828.
Claro que decir que La Habana careció de un cuerpo de bomberos durante siglos no equivale a decir que no los necesitara. Pero el Ayuntamiento trataba de suplir su carencia alertando a los vecinos de la villa en cuanto a la prevención. Así, 42 de las cláusulas de las Ordenanzas de Construcción para la ciudad y pueblos de su jurisdicción municipal, se referían a la forma en que podían evitarse.
Pero… El primer incendio de envergadura que recoge la crónica ocurrió el 22 de abril de 1622. Comenzó en una casa de la calle de La Cuna, porción este de la calle Real o de la Muralla, llamada también del Molino. No pudo impedirse su propagación y se extendió rápidamente, impulsado por el viento, por cinco manzanas de la zona. Destruyó 96 edificaciones y acabó con todos los árboles.
Fue el 12 de diciembre de 1835, recuerda Aniceto, cuando el capitán general Miguel Tacón, que en su obra de gobierno combinó el despotismo con la construcción de obras de mucha utilidad pública, dispuso la creación de los Honorables Bomberos y Obreros de La Habana. Lo integraban casi 200 hombres, blancos y negros, entre los que sobresalían albañiles, herreros y carpinteros. Los Honorables crecieron rápidamente y en 1862 eran ya 1 275 hombres, cifra esa que incluía a un cirujano y una banda que integraban 80 músicos. Se trataba de un personal que prestaba de manera voluntaria sus servicios. Solo percibían emolumentos los jefes, el cirujano, el escribiente y los cornetas.
Camisetas rojas
Desde mucho antes de la creación del Cuerpo de Bomberos del Comercio existía el de los Bomberos Municipales; negros y mulatos que prestaban servicio como soldados, vestían el uniforme de los Voluntarios y portaban el mismo fusil de estos. Eran la continuidad, piensa este escribidor, de aquellos Honorables Bomberos y Obreros de La Habana.
Con la creación de los Bomberos del Comercio, al de los Bomberos Municipales se le adicionó la compañía llamada de las Camisetas Rojas. Se la ponían sobre el uniforme y la prenda exhibía sobre el peto un monograma de color blanco con las iniciales B H, que, según los que la vestían, quería decir Bomberos por la Humanidad, y no Bomberos de La Habana. Esa compañía se dedicaba en exclusiva al servicio de extinción de incendios y sus componentes eran, casi en su totalidad, individuos que por razones de peso o dignas de ser tomadas en cuenta habían abandonado el Cuerpo de Bomberos del Comercio.
Con las Camisetas Rojas surgió una gran rivalidad entre los dos cuerpos de bomberos; porfía que en un comienzo resultó beneficiosa en la prestación de los servicios pues aquellos Bomberos por la Humanidad establecieron subestaciones en La Habana Vieja, Cerro y Jesús del Monte y se empeñaron en demostrar conocimientos y habilidades superiores a los del Cuerpo de Bomberos del Comercio que habían abandonado.
Con el transcurrir del tiempo, la discordia resultó contraproducente. Se avisaba de un siniestro y brigadas de ambos cuerpos acudían al lugar de los hechos. Discutían entonces los Camisetas Rojas con los del Comercio mientras que el incendio avanzaba y hacía de las suyas y terminaban disputándose prácticamente a puñetazos la toma de agua que los dos grupos se empeñaban en utilizar. En muchos casos las llamas acababan con todo antes de que cesara la discusión.
Bomberos de La Habana
La situación llegó a tal extremo que, el 15 de abril de 1902, el interventor norteamericano Leonardo Wood fusionó los dos cuerpos en uno que se llamó Bomberos de La Habana. Poco mejoraron las cosas pues, con el pasar de los años, decayó el entusiasmo de los individuos que lo conformaban y serios problemas de dirección dieron al traste con la seriedad y la disciplina. Se manifestaron no pocos enconos entre el personal asalariado y los que cumplían su misión de manera voluntaria y no era raro ver los cuarteles cerrados en señal de protesta por actitudes asumidas por los jefes de la institución.
Fue entonces que el general Fernando Freyre de Andrade, a la sazón alcalde de La Habana, toma la determinación de municipalizar el servicio de prevención y extinción de incendios. No le fue fácil. Lo consiguió por encima de todo; descartando presiones y amenazas.
El 5 de febrero de 1916 entraba en vigor la municipalización del servicio. Asumía la jefatura del Cuerpo el ingeniero Leopoldo Freyre de Andrade y se nombraba segundo a José Fernández Mayato, coronel del Ejército Libertador y sobreviviente del incendio de la ferretería de Isasi, donde perdieron la vida numerosos bomberos, el 17 de mayo de 1890: otra de las grandes tragedias que recuerda La Habana. La Alcaldía, por su parte, asumía en exclusiva el sostenimiento de los Bomberos, cuyos antecesores habían sido costeados por las compañías de seguro contra incendios, el mismo Ayuntamiento y la suscripción popular.
Fernández Mayato imprimió a la organización un sello de disciplina y honorabilidad, pese a ser blanco de venganzas y todo género de rivalidades. Fue una extensa campaña de insidias puesta en juego por los beneficiarios de la situación anterior con el fin de hacer fracasar el sistema implantado. Se movieron influencias, se acusó a la municipalización de inconstitucional ante el Tribunal Supremo, se sobornó a bomberos que devengaban salario para que renunciaran a su empleo… Fernández Mayato reprimió con mano dura la indisciplina y el Cuerpo de Bomberos de La Habana fue haciéndose más sólido y eficaz con la creación de nuevas brigadas conformadas por personal retribuido, y la compra y puesta en servicio de coches-cisterna, carros con escaleras y luz, transportes para jefes y oficiales y un camión de carga.
Manuel Varona Suárez sustituyó en la Alcaldía a Freyre de Andrade, y dedicó gran atención al Cuerpo de Bomberos. Lo dotó de un taller para la reparación de vehículos y de un gimnasio para sus componentes. Adquirió 10 000 pies de manguera de primera calidad y otros implementos necesarios para el servicio. En julio de 1919, el Cuerpo fue elevado a la categoría de Departamento de Prevención y Extinción de Incendios y dejó de ser un servicio anexo, primero, al Departamento de Fomento, y después a la Secretaría de Administración del Ayuntamiento.
Terminada la gestión municipal de Varona Suárez, el nuevo alcalde llevó a los bomberos de más a menos. Las cosas mejoraron después. Fernández Mayato asumió la jefatura del Cuerpo, se inauguraron nuevas estaciones y se adquirieron equipos, como un carro de escaleras de 85 pies de elevación mecánica, extintores químicos, miles de pies de manguera y una red de salvavidas, que modernizaron el servicio y que, sumados a la disciplina y el entusiasmo de sus componentes, situaron al Cuerpo de Bomberos de La Habana, a comienzos de los años 30, a la altura de los mejores de América.
Coda
El mercado de la Plaza del Vapor fue reconstruido. En los años iniciales de la Revolución, la situación sanitaria que presentaba recomendó su demolición. Se pensó entonces en construir en el espacio que ocupó, un edificio de muchas plantas que no llegó a materializarse. Hoy domina el área el llamado parque del Curita.
NOTA EDITORIAL
Esta crónica de Ciro Bianchi apareció publicada en Juventud Rebelde el sábado 22 de octubre de 2011.