Moisés Finalé: cuarenta años de vida artística
Por: Rafael Acosta de Arriba
“Tú sabes como pocos conjugar lo sagrado con el lenguaje poético de hoy y su dimensión filosófica que no tiene tiempo marcado, pero sí infinito. El verdadero y único misterio no está en las religiones, ellas todas tienen sus evangelios y Dios está ahí.
El verdadero misterio está en el Arte y siempre he creído que tratar de explicarlo demasiado es una profanación cuando no un delito”.
Miguel Barnet
La presentación del catálogo Entre senufo y Meninas, de igual título que el de la exposición en Galería Habana (funcionando de manera virtual por las prohibiciones de la pandemia), el pasado viernes fue el colofón del homenaje por los 40 años de vida artística de Moisés Finalé, y evocó la exposición que, el entonces joven pintor, realizara en el Museo de Bellas Artes, en 1981. El cuaderno recoge todas las piezas de la presente muestra, y me motiva a redactar estos apuntes.
Reynaldo González, un especialista en apreciar e interpretar la obra de Finalé, pronunció las palabras de presentación. El catálogo recoge, además, fotos del creador y un grupo de juicios de distintos críticos y especialistas en arte sobre el legado de su obra. Un catálogo, vale añadir, que es hermoso en su diseño y composición.
Comenzaré por aceptar el reto implícito desde el mismo título de la exposición: hibridar una cultura y etnia tribal africanas, de Mali y Costa de Marfil, con las figuras del cuadro más famoso de Diego Velázquez, pintado en plena Europa del Siglo de Oro español, es ciertamente una desmesura y un reto para la imaginación más desbocada. Solo la obra y la propia desmesura del artista nos conducen a la búsqueda de una solución visual a dicho vínculo. Muy poco une, salvo en la mente del creador, a las figuras humanas de las tallas en madera senufas, con las infantas de la familia de Felipe IV de España. Sin embargo, ahí están las imágenes, tentando esa asociación y habitando el universo Finalé, como otras de su extenso imaginario.
Hay muchas maneras de acercarse a una pintura y a la obra de un artista. Siempre he considerado la curiosidad (cuasi infantil) la más eficaz de todas, aunque en nuestra percepción se acumulen muchas horas de vuelo ante cuadros, museos y galerías o leyendo artículos y ensayos sobre arte. La sorpresa, siempre la sorpresa ante la obra. Acercarse desprejuiciadamente, con calma y atención, tratando de ver algo nuevo, si ello fuera posible, esa es la fórmula más eficaz.
El experimentador irreductible que es Finalé regresa a la carga en Galería Habana, todo un suceso para el mundo cultural trastocado por la pandemia. Este despliegue es un verdadero placer para la degustación visual. Y es que, en su trabajo, desde los mismos inicios, los signos y símbolos sugieren tanto la reflexión de las esencias como el disfrute hedonista de las formas. En esa eficaz combinación radica, entre otras cosas, la probada capacidad de fascinación de su obra. Ahora vuelve su rico imaginario a sorprendernos con la increíble habilidad del artista para metabolizar afluentes de diversas tradiciones culturales, una confirmación más de que a pueblo mestizo, corresponden arte y pensamiento eclécticos. Toda la obra de Finalé ha sido y es una fecunda hibridación del arte universal y su puesta a punto con su propio tiempo, porque pocos creadores han logrado cocinar tantas raíces, vertientes y culturas visuales como Moisés Finalé y dar un buen producto con su cocido.
Yolanda Wood denomina a esta operatoria como “iconografía de interpenetraciones”, que recupera otredades geográficas y artísticas para el presente. O lo que, de manera diferente, Rufo Caballero calificó como “una tenaz reverencia para con la cultura occidental”, vista esta como el espacio de asimilación activa de las tradiciones culturales del resto del orbe. Porque eso ha sido y es la obra de nuestro artista: la cultura de lo intercultural, la visualidad ecuménica de la hibridación.
Su pertenencia al arte cubano contemporáneo ha sido una aventura de los signos, con su enorme vocación de mezclas simbólicas como herramienta fundamental y con el propósito, siempre latente, de aportar nuevas significaciones. Con el transcurrir del tiempo, Finalé ha gestado un imaginario inconfundible de ninfas sensuales, mujeres-centauros, diablillos, jaguares aztecas y ahora Meninas a lo Finalé, es decir, un bestiario que parece brotado de las inmediaciones del Nilo, donde habitan, confundidos y retozones, peces-pájaros, panteras lunares, guerreros antiguos, cemíes arahuacos del Caribe o dulces y lánguidas damas europeas enmascaradas y listas para una ardiente velada, en fin, una extraña y fascinante caravana secular tan añeja como la de la sangre. África dialogando con Occidente, esa pudiera ser una síntesis de la tentativa visual de nuestro autor. Lo senufo y las meninas se incorporan con gracia a dicha caravana.
Pero es el cuerpo y sus potencialidades sígnicas y eróticas uno de los detalles que, una vez más, sobresale dentro de la poética de Finalé. El artista, un esteta genuino, nutre la capacidad del cuerpo desnudo como potente surtidor de signos, y esa sensualidad, inherente a su estilo, seduce de manera particular. Sexo abierto, plural, absoluto, ya sea lésbico o hetero, orgiástico y desenfrenado, dominio de falos y vulvas, sexo, así, solo, puro, sexo como fiesta de los sentidos. Pocos artistas han nutrido tanto la vertiente o tradición antropológica de nuestro arte como Moisés Finalé. Esta muestra es un nuevo paso en esa dirección. Digamos que es su legado mayor en el itinerario abierto del arte cubano.
Moisés Finalé va de lo mágico a lo místico y de aquí a lo intercultural; del buen hacedor de collages al autor de retablos o panteones preñados de encantamientos. Sus seres protagónicos son siempre dignos de admirar; Reynaldo González les llama “altivos personajes”, danzantes y misteriosos. Lo narrativo define la generalidad de sus piezas, es otro de sus recursos principales. Esa capacidad narrativa de sus piezas se resuelve en clave clásica y también mitológica, es un don del artista.
Lo eleusino se convierte en naturaleza en su obra. Es un don, sin dudas, dotar de misterio sus lienzos, de enunciarnos historias inconclusas en cada pieza. No hay trucos ni facilismos, solo oficio y talento, experiencia y sensibilidad instruida. Sus cuadros no son nunca superficies inertes, son, todo lo contrario, espacios vivos, escenarios de misteriosas historias construidos por líneas e imágenes sutiles y poderosas que nos impresionan por su belleza, misterio y composición.
Repitamos algo que es una certidumbre, al menos para el que esto escribe, Finalé es uno de los más laboriosos creadores del panorama artístico cubano que, desde su regreso al diálogo con los públicos y la crítica locales, con la muestra Herido de sombras, en el Museo Nacional de Bellas Artes, en 2003, no ha dejado de sorprendernos con excelentes exhibiciones de buen arte. Al mismo tiempo, ha crecido sostenidamente la bibliografía sobre su trabajo, prueba de un interés cada vez mayor por los especialistas y la academia.
El sigue siendo ese intuitivo de ritmo creativo acelerado, pero con mucho arte asumido y cargado en sus retinas, con la modulación de la experiencia por demás, que nunca molesta, ni sobra. Es el mismo artista de sus inicios, el maestro ahora consagrado que nunca cortó amarras con el joven principiante que nos dejó asombrados a todos en los ochenta del pasado siglo y después partió a París a conquistar aquella competitiva y compleja plaza del arte internacional. Es ese Finalé que extiende su andadura por Galería Habana, creando sin parar, contra viento y marea o a favor de la corriente, pero ahora armado de su particular maestría, la que lo hace reconocible en cualquier escenario artístico del orbe.
Sin dudas, muestra y catálogo son un inapreciable regalo en estos meses de zozobra y peligro que nos ha traído la Covid-19. Enhorabuena, Moisés, por tan delicada y excelsa exposición y por los cuarenta años ofertándonos tu arte. Enhorabuena.