¿Más profesionales del arte en Cuba?
Por: Carlo Figueroa.
Expresar la más sentida espiritualidad a través del arte es el sueño de muchos, pero la realidad casi siempre supera cualquier deseo y cuando se es joven no encontrar la ruta hacia el profesionalismo puede conducir a frustraciones y falta de credibilidad en las oportunidades existentes.
Cuba tiene un sistema de Enseñanza Artística que la ubica entre las naciones reconocidas en el mundo por la calidad de sus egresados, los métodos de aprendizaje, la capacidad de los claustros.
Sin ser absoluto, muchos de los artistas que hoy se pasean por los escenarios mundiales han sido formados por las escuelas cubanas, por profesores de aquí y en medio de una constante batalla desde la cultura para garantizar los medios básicos y necesarios para ser los mejores en su especialidad.
Aunque no es un sistema perfecto, ofrece herramientas durante los largos años de formación académica que se exhiben con orgullo por los más agradecidos e incluso por quienes hoy reniegan del orden social aprobado por la mayoría que nos afinca como un Estado Socialista de Derecho.
El acceso a la educación y la cultura es un derecho refrendado en la Constitución de la República, de ahí que se destinen tantos recursos como sea posible para garantizar que todos lleguen a ellas sin distinciones de ningún tipo. Y ese derecho trae consigo hoy que se cuente con una formación amplia y asertiva en todos los sectores.
Sin embargo, todos los años egresan de las escuelas de arte más profesionales que la capacidad real de empleo, de espacios donde mostrar ese fascinante mundo creativo que desborda cualquier límite.
¿Cuántos músicos hay hoy en el país? ¿Existen galerías y salas de teatro para exhibir la creación constante de esos jóvenes? ¿Estamos en condiciones de seguir creciendo en el número de profesionales del arte?
He ahí algunos de los conflictos que se asumen hoy desde la cultura cubana, al que debemos sumar una cantidad nada despreciable de instructores de arte que buscan llegar al profesionalismo. De otro lado, de las Casas de Cultura emergen todos los días un número importante de artistas que se etiquetan como aficionados, se avalan, actúan, instruyen sin recibir remuneración económica por ello.
Además de toda esa fuerza creadora, están aquellos que no se integraron al sistema de enseñanza ni de las instituciones, son empíricos, descubrieron su don y aspiran a cumplir el sueño de llenar plazas y teatros, conseguir el éxito, ser artistas populares o famosos. Unos tienen todas las de ganar; otros, menos, pero sueñan y mutar ese sueño no es la opción más válida.
Es cierto que todavía se cuestionan las evaluaciones que avalan el ser o no ser un artista profesional, que las empresas de representación están en un declive que hace rato disparó las alarmas en todas direcciones, que fuera de algunas capitales de provincia y La Habana hay ausencias de formatos y oportunidades para crecer en diversidad y más: para seguir sustentando géneros y manifestaciones claves de las tradiciones regionales.
Se ha destapado en el país un movimiento de jóvenes que apuestan por los géneros urbanos y de otros estilos populares que reclaman su espacio, que a pesar de no ser egresados de las academias y las Casas de Cultura tienen todas las de triunfar por su dominio de las tecnologías, el manejo de los públicos, las redes sociales y los mecanismos comerciales que pululan a nuestro alrededor.
Ese grupo que no está alineado a la institucionalidad busca constantemente cómo llegar a ocupar su lugar en el entramado cultural del país y en la mayoría de los casos se ven obligados a trabajar por la izquierda, en negro, en lugares que aun conociendo las normas y procedimientos legislados y hasta las reglas de la política cultural se arriesgan en aras de comercializar sus ofertas o, simplemente porque están seguros de hacer el bien, en darle la oportunidad a esos creadores.
En Cuba debajo de cualquier piedra se esconde un músico, un artista. Como pocas naciones tenemos un potencial enorme que nace del propio ADN que nos define, pero es necesario revisar con celeridad los mecanismos que tenemos para regular el acceso a la comercialización de todos los que tengan aptitudes y actitudes artísticas.
Aunque nos parezca que el barco está demasiado lleno, que no hay lugar para nadie más, el mejor control es el que impone la calidad de las propuestas, el rigor de quienes las defienden, la decantación natural del mercado y las industrias culturales, el ajustar a nuestro tiempo las resoluciones y decretos para dejar de excluir antes que la bola de arena siga creciendo.
Fuente: Escambray