Mariano en su cubanía
Por: Virginia Alberdi.
A Mariano Rodríguez se le identifica con sus gallos, marca visual que inscribió en la pintura cubana del siglo XX. Marca de resistencia y plenitud, pues como apuntó el poeta Roberto Fernández Retamar «con los pasos firmes de los trabajadores, brotaron las espuelas de los gallos; con el fuego de las sangrientas batallas dolorosas, se encendieron los ojos del gallo; con el trueno de la multitud, con el grito de combate, cantó el gallo».
Las imágenes líricas del poeta resumen la trayectoria y el legado de un artista a quien celebramos los 110 años de su nacimiento este 24 de agosto, sabiéndolo indivisible en sus aportes artísticos y su apasionado vínculo con la Patria y los ideales de justicia social.
Los gallos, desde luego, son solo una parte de la producción de Mariano; muchos fueron los giros de su pintura, cultivada con inteligencia, oficio y sentido de pertenencia a su cultura y realidad social, en una evolución ascendente que comenzó con su experiencia mexicana de los años 30, cuando admiró la obra de Rodríguez Lozano, y siguió ganando altura en los tiempos de la Escuela de La Habana, sus contactos con el abstraccionismo expresionista, y terminó consolidándose en los últimos 30 años de su carrera, cuando aparecieron las frutas y las masas.
Ya desde la medianía del siglo pasado, Mariano era Mariano, valorado por sus exposiciones en Cuba y en el extranjero, incluyendo una participación en la Bienal de Sao Paulo. Sumó su talento y convicción a las transformaciones revolucionarias, con el prestigio puesto en función de la obra social y el desarrollo cultural, al asumir la presidencia del primer agrupamiento de los artistas de la plástica en la Uneac, y trabajar en la Casa de las Américas al frente de la manifestación, y luego, tras el deceso de la inolvidable Haydée Santamaría, como presidente de la institución.
Una faceta sobre la cual no se ha abundado tanto es la que lo sitúa entre los mejores ilustradores de obras literarias que se hayan dado en nuestro país. Recuérdese su presencia en los equipos editoriales de las revistas Espuela de Plata y Orígenes.
Entre los tantos juicios que su obra ha merecido, uno de los más penetrantes se debe al poeta y ensayista Roberto Méndez: «Mariano tuvo la habilidad, dentro de los presupuestos que compartía con otros artistas como Amelia Peláez y René Portocarrero, de forjar un estilo original, que rehuía lo puramente decorativo y complaciente, para concentrarse en una pintura que parece nutrida por los arquetipos de lo cubano».
Fuente: Cubarte