Los 95 años del maestro Jorrín
Por: Leonardo Depestre Catony.
Este redactor se niega a esperar cinco años más para hablar del centenario del maestro Enrique Jorrín, y lo hace en ocasión del que sería (es) su cumpleaños 95. Lo hago porque es bastante probable que también usted haya tenido esta experiencia: la de sentir orgullo cuando un extranjero cita o identifica el chachachá como uno de los ritmos más conocidos universalmente. Entonces, con una dosis aún mayor de satisfacción, pensamos en su creador: un mulato de sonrisa bonachona, un hablar pausado y siempre dispuesto a la conversación, que respondió al nombre de Enrique Jorrín. Tuve el honor de conocerlo, junto a sus hermanas, en ocasión de un par de visitas que le hice con motivo de una entrevista en —como diríamos— el ya lejano año de 1984.
La llaneza del carácter y la modestia de sus condiciones de vida llamaban la atención en un ser distinguido en todo el mundo hispanohablante y merecidamente reconocido como una celebridad de la música popular cubana.
Enrique Jorrín nació hace 95 años, en la navidad de 1926, o sea, el 25 de diciembre. Fue aquel el año del terrible ciclón que azotó La Habana y lastimó en mayor o menor grado todo el occidente del país. El ciclón asoló en octubre, y Enrique nació en diciembre, de modo que era posible que aún quedasen algunos árboles derribados en el municipio de Candelaria, Pinar del Río, donde ocurrió el fausto nacimiento de Jorrín. Él afirmaría: «Mi padre era sastre y clarinetista de orquestas populares, preparaba grupos para diferentes bailes que lo contrataban, tanto en Candelaria como en Artemisa o en campo adentro». Ya tenemos conocimiento de por dónde le entró el gusto por la música, al punto de que, pese al interés familiar por hacer de él un médico, a Enrique no hubo modo de cambiarle el violín por el estetoscopio.
En los primeros tiempos —década del 40 del pasado siglo— trabajó con diversas agrupaciones: Hermanos Contreras, Hermanos Peñalver, La Ideal, y dirigió Selecciones del 45; entre tanto esperaba su gran momento, que le llegó al ser llamado por la orquesta América, una agrupación popular con la que comenzó a labrar la historia del chachachá y que dirigió musicalmente entre 1946 y 1954.
En 1953 salió el primer disco del nuevo ritmo creado por Jorrín: en una cara, “La engañadora”, y por la otra, “Silver Star”. “La engañadora”, como recordamos, apelando a la letra del chachachá, cuenta la historia de una joven con una geografía anatómica despampanante que asistía al salón de baile sito en los altos de las esquinas de Prado y Neptuno, y a quien «todos los hombres la tenían que mirar», para descubrirse después —¡oh, decepción!— que «en sus formas solo relleno hay». Gracia y conocimiento de la idiosincrasia criolla se entremezclan en el argumento de una melodía que ha recorrido el mundo y ha hecho famosa a una céntrica esquina habanera.
El chachachá triunfó en Cuba y América Latina. Los discos se vendían por decenas de miles, y las orquestas que lo tocaban vivieron momentos de esplendor en las preferencias. Mas, no solo al maestro Jorrín se deben inolvidables chachachás: el flautista Richard Egües compuso otro famosísimo, “El bodeguero”; Rosendo Ruiz legó “Rico vacilón”. De la inspiración de Enrique es también “El alardoso”, un tremendo éxito. El chachachá tornó la mirada de los bailadores hacia los ritmos nacionales, asediados por la presencia de la música norteamericana, en particular el rock de los años 50.
El 8 de mayo de 1954 constituyó la orquesta con su nombre, que debutó en los Jardines de San Francisco de Paula. Un año después partió hacia México con aquel ritmo que arrebató de igual forma en el continente y que su creador denominó chachachá por el sonido de los pasos de los bailadores al arrastrar los pies sobre el piso, que el oído aguzado del músico detectó de inmediato.
Pese a los años transcurridos, el chachachá no es género olvidado, ni en Cuba, ni en México, ni en otras latitudes. Si no se escucha más es porque la difusión de otros ritmos resulta avasalladora y deja escasas opciones libres en el dial. El chachachá necesita del empuje y talento de un joven músico, de otro como Ethiel Faílde, quien con sentido de actualidad y mucha clase ha retomado y renovado el danzón, que hoy penetra por igual los oídos de los jóvenes y de los abuelos.
El maestro Jorrín murió a los 60 años, el 12 de diciembre de 1987. En él se integraron el compositor de danzones, de partituras para el teatro y, lógicamente, de chachachás. Todo cuanto compuso lo expresó con gracia y lenguaje propios; supo satisfacer las apetencias de un público que bailó sus piezas y aún corea sus más significativas creaciones. El chachachá, su creación mayor, es representativo de una época en que varios ritmos cubanos se internacionalizaron, aunque fueran éste y el mambo, del maestro Dámaso Pérez Prado, los que mayor impacto causaron en los bailadores, y mayor presencia hallaron en la filmografía nacional y extranjera.
Maestro Jorrín, usted es otro de los vencedores en esa carrera tan ardua que es la preservación de la memoria musical. Le va nuestra admiración y respeto.
Fuente: CUBAHORA