Las muchas luces de Odilio Urfé
Por: Pedro de la Hoz.
Siempre pienso en Odilio Urfé como un hombre de luz, de muchas luces, de larga mirada. Consciente de que la música ocupa una doble jerarquía, cenital y raigal, en la cultura cubana, de que la preservación de sus tesoros, por sí misma importante, solo se completa cuando penetra y crece en la sensibilidad de la gente.
Al maestro hay que pensarlo en presente, en la conmemoración del centenario de su nacimiento, el 18 de septiembre de 1921 en Madruga, 60 kilómetros al sudeste de La Habana. Verlo crecer a la vera del ejemplo de su padre, el maestro José Urfé, innovador del danzón, autor de “El bombín de Barreto”, quien lo inició en el piano junto a su madre Leonor González, y la maestra María Josefa Pardiñas; saber de sus ansias de superación al matricular, aún adolescente, en el Conservatorio Municipal de La Habana, y tomar nota de sus tempranas incursiones como intérprete en las formaciones de Cheo Belén Puig y Armando Valdés Torres, y en el teclado de la Orquesta de Cámara del Conservatorio.
No había cumplido 29 años de edad cuando se propuso una meta que parecía imposible en el contexto de los gobiernos de la república mediatizada: la creación, en 1949, del Instituto Musical de Investigaciones Folclóricas (IMIF).
Por esa hazaña, tan solo, merece un lugar prominente en la historia cultural de la nación. Luchó, con el apoyo del historiador Emilio Roig de Leuchsenring, la sede de la antigua Iglesia de Paula; conquistó la voluntad de sus hermanos José y Orestes, también prominentes músicos, del por suerte para nosotros activo compositor Alfredo Diez Nieto, de colegas como Francisco Formell Madariaga, de intelectuales de la talla de Manuel Moreno Fraginals, y músicos populares, como Ignacio Piñeiro y Santos Ramírez, animador de la comparsa El Alacrán, para llevar adelante la empresa; y echó pie en tierra por registrar y estudiar la música popular cubana en su más amplio espectro, sin encasillamientos, con el oído y la inteligencia colocados en la médulas de los procesos.
Si la musicología cubana presenta hoy un notable, aunque aún inacabado desarrollo, y cuenta con fundamentos científicos sólidos y proyecciones perdurables, se debe a la previsión y constancia de Argeliers León, María Teresa Linares, Alejo Carpentier y Odilio Urfé, a quien, por cierto, el autor de La música en Cuba tenía en muy alto concepto.
El IMIF fue semilla que germinó, tras el triunfo revolucionario, en el Seminario de Música Popular, y en el Centro de Información y Documentación, que más tarde llevaría su nombre, integrado luego al Museo Nacional de la Música. Uno de sus discípulos –también de Argeliers–, el doctor Jesús Gómez Cairo, hoy día al frente del Museo, se ha encargado con pasión y responsabilidad de mantener y promover el legado de Odilio. Es hora de que salga a la luz la sistematización de la obra teórica de Odilio, que Gómez Cairo y el equipo que lidera en el Museo han llevado a cabo.
Pero Odilio es mucho más. Se multiplica en sus trabajos para el cine, o al frente de la Charanga Nacional de Conciertos, o en el lanzamiento de una experiencia de la que se debe hablar mucho más: los ciclos de música popular en el Amadeo Roldán. Conocer su vocación promocional y pedagógica, su entrega a la Uneac y a la Comisión Nacional Cubana de la Unesco; su aporte a la Asamblea Nacional del Poder Popular para la oficialización de la versión definitiva del Himno Nacional; su integridad humana.
Entre sus muchas luces, no debe olvidarse esta reflexión suya de los años 70, válida para hoy: «El problema de cierta dependencia hacia los formatos y modos de expresión musical extranjeros, especialmente de la llamada música de consumo, constituye un objetivo a superar por parte de muchos de nuestros creadores e intérpretes. Aspectos tales como construcción, lineamientos melódicos, lenguaje armónico, gama rítmica y lo relacionado con formatos, orquestación y textos literarios están comprendidos en el empeño descolonizador».
Fuente: Granma