La música en el cine de la Revolución (IV)

La música en el cine de la Revolución (IV)

Por: Jorge Calderón.

Desde 1959 al presente, el género documental ha venido a ocupar un importante espacio en el nuevo cine cubano. Tanto ha sido así que su producción aventaja en mucho lo realizado en ficción y dibujos animados. Y a  pesar de la multiplicidad de temas tratados por nuestros documentalistas, la música, entendida ésta como ese conjunto integrado por compositores, cantantes, dúos, tríos y orquestas, ha acaparado la atención de algunos de ellos. Es lógico que así sea en un país tan rico musicalmente como el nuestro, con su diversidad de géneros y la calidad indiscutible de muchos de sus autores e intérpretes. Sin embargo, lo que es casi una contradicción, la ficción apenas si ha tomado en cuenta que la música constituye un elemento esencialísimo de nuestra cultura.

Por lo tanto, en estos años de Revolución contamos con pocos ejemplos en dicho género (el musical), a saber: Un día en el solar (1965), de Eduardo Manet, con música de Tony Taño, un «primer paso en una búsqueda que puede resultar apasionante», según expresara el propio Manet; Pataquín (1982), de Manuel Octavio Gómez, con música de Rembert Egües y canciones que tuvieron letras del propio realizador; La bella del Alhambra (1989), de Enrique Pineda Barnet, que recibiera el Premio Goya; Zafiros, locura azul y Bailando chachachá, ambas dirigidas por Manuel Herrera, de 1997 y 2005, respectivamente, así como Un paraíso bajo las estrellas, que se rodó en 1999, de Gerardo Chijona.

Debe destacarse, no obstante, que en fecha tan temprana como 1960, Julio García Espinosa había dirigido Cuba baila, una película que, a pesar de su título, no era precisamente una comedia musical. Sin embargo, como apuntara el maestro Odilio Urfé (1901-1988), la música sí determinó la temática central de su argumento: el conflicto de una madre que quiere, a toda costa, celebrar la fiesta de los quince años de su hija.

De Cuba baila se desprendió, incluso, un long play (Icaic) que contiene la totalidad de las composiciones musicales, seleccionadas por el propio realizador del filme, para ambientar algunas escenas. Estas fueron: «La flauta mágica» y «Lindas cubanas», danzones de Antonio María Romeu; «Cógele bien el compás», chachachá de Enrique Jorrín; «Cochero, pare, cochero», guaracha de Marcelino Guerra (Rapindey); «Conga del senador», de Ignacio Piñeiro; «Bilongo», de Guillermo Rodríguez Fife; «Negro de sociedad», afro de A. Ojea, así como «Dónde va María», guaracha de Jesús Guerra.

Varios años después, la música, esta vez de Leo Brouwer, volverá a ser relevante en otra de las películas de Julio García Espinosa. «La historia de Son o no son  ̶ dijo él ̶  es sencilla: un ensayo, sin maquillaje, en Tropicana, para, a través de éste, reflexionar sobre los medios y la cultura popular en general»¹. En Son o no son figuraron, entre otros, el propio Leo Brouwer, Alberto Alonso y Sonia Calero, Ada y Silvio (pareja de baile), la orquesta Chapottín con Miguelito Cuní, Los D´Enrique y el cuerpo de baile del cabaret Tropicana.

Pero ya en lo que nos ocupa, el documental, habría que decir que Historia de un ballet (1962), de José Massip e inspirado en la Suite Yoruba, de Ramiro Guerra, fue un excelente openning. El filme recreó, con bellísimas imágenes y excelente montaje, el enfrentamiento entre Changó y Oggún, deidades del panteón yoruba, mientras que mostró, además, la vital coreografía que acompaña a los cantos y rezos lucumí.

En 1964, Rogelio París, en aquel momento conocedor de los manejos del espectáculo teatral y televisivo, más ignorante del medio cinematográfico, dirigió Nosotros la música, devenido con los años, filme de culto. Con este documental, Rogelio París sentaba pautas y dejaba apresadas, para siempre, las vivas imágenes de personalidades paradigmáticas de nuestro mejor acervo musical, entre ellas: Bola de Nieve, Elena Burke, Celeste Mendoza, Carlos Embale, Frank Emilio y Tata Güines; también Odilio Urfé y el Conjunto Folklórico Nacional.

Un año antes, con una mirada más hacia adentro y el pasado, apoyándose en la música de Jorge Ankermann (1877-1941) y los testimonios de Luz Gil, Amalia Sorg, María Pardo, Blanca Becerra y otros, mezclándolos con una representación paralela de las zarzuelas «La isla de las cotorras» y «La casta criolla», en el Amadeo Roldán (antiguo Auditórium), Manuel Octavio Gómez (1934-1988) reconstruyó la historia del centro generador del teatro vernáculo cubano con otro documental antológico: Cuentos del Alhambra.

Quiero reconocer aquí el trabajo realizado por José Limeres (1926-1968) en los años sesenta. Algunas de las imágenes tomadas por él, hoy son utilizadas como material de archivo fílmico, por otros realizadores. Más por entonces, en blanco y negro, con buen nivel estético además, Limeres había dirigido, entre otros documentales: Los Meme, Los Zafiros, Los Bucaneros, Gladys González y Los Bucaneros, Celeste Mendoza, Mirta y Roberto, Orquesta Cubana de Música Moderna, Pa-Cá, y Las D´Aida. En décadas posteriores, algunos de sus colegas continuaron una línea similar en su acercamiento a la música y figuras representativas.

Oscar Valdés, por ejemplo, a través de entrevistas y testimonios, con guiones más elaborados, plasmó en celuloide las figuras de Ernesto Lecuona, Rita Montaner, María Teresa Vera, Antonio Arcaño, Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla, al tiempo que supo reflejar el quehacer discográfico de Juan Formell y su orquesta Los Van Van, en A ver qué sale, así como el sentido histórico de las comparsas habaneras en La muerte del alacrán y Escenas del carnaval. Caracterizados por su amenidad e interés didácticos, fueron otros dos excelentes títulos de la filmografía de Oscar Valdés: El danzón y La rumba.

Bernabé Hernández, en Descarga, captó la espontaneidad del feeling a través de sus máximos intérpretes: Elena Burke (La señora sentimiento), Omara Portuondo y Moraima Secada.

(Continuará)

NOTA:

¹A propósito de los cuarenta años del cine cubano, en 1999, así sintetizó el cineasta su película, Son o no son, en un cuestionario formulado por la revista Revolución y Cultura, publicado por Julio García Espinosa en Un largo camino hacia la luz (La Habana, Ediciones Unión, 2000)

 

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