La música en el cine de la Revolución (III)
Por: Jorge Calderón.
A partir de 1970, un fenómeno cultural, a mi juicio muy interesante y asociado al nuevo cine cubano, resultó ser la aparición del Grupo de Experimentación Sonora del Icaic (GES). En su nacimiento fueron claves las figuras de Haydée Santamaría¹, por entonces directora de Casa de las Américas y Alfredo Guevara, presidente del Icaic.
El principal propósito del Grupo sería la creación de bandas sonoras para la industria cinematográfica cubana, a partir del lenguaje nacido con la Revolución. Otro fenómeno interesante, entonces, sería la fusión entre el cine y el naciente movimiento de los que se denominó Nueva Trova, en esencia, continuador de aquella cuyos fundadores habían sido José Pepe Sánchez, Sindo Garay, Rosendo Ruíz, Manuel Corona y Alberto Villalón.
Bajo la batuta del maestro Leo Brouwer, el GES estuvo integrado por Pablito Milanés, Silvio Rodríguez, Noel Nicola, Sara González, Leonardo Acosta (saxofón), Eduardo Ramos (bajo), Emiliano Salvador (piano), Sergio Vitier y Pablo Menéndez (guitarras). Casi por espacio de una década, antes de consolidar su propia carrera como solistas, de manera colectiva y por encargo, todos ellos crearon música para el nuevo cine cubano, especialmente dentro del género documental.
La filmografía del GES contiene una treintena de títulos, entre los cuales se hallan: No tenemos derecho a esperar, con canciones de Silvio, Pablo y Eduardo Ramos, y La nueva escuela, cuyo tema central, ampliamente difundido por la radio, se independizó del filme.
Aunque no fue concebido con vistas a ofrecer conciertos, la primera actuación del GES en público se produjo en octubre de 1971 en Casa de las Américas, junto a la chilena Isabel Parra.
Silvio Rodríguez, al recapitular sobre la importancia del GES expresó: «Fue el primero en trabajar la línea de la música cubana con tímbrica moderna, con un sonido diferente comprometido con Cuba y Latinoamérica»².
Pablito Milanés, por su parte, consideró que el GES abrió un camino para otros, como Síntesis y Afrocuba, que siguieron las líneas iniciadas por aquel.
El desarrollo de una línea experimental, tanto dentro de la música cubana como la de Latinoamérica, así como la transformación creadora de las aportaciones básicas del folklore, constituyen, según el musicólogo Helio Orovio, factores esenciales del GES.
De padres dedicados por entero a la literatura (Cintio Vitier y Fina García Marrúz), Sergio y José María Vitier, son dos hermanos cuya más fuerte pasión es la música. Compositores ambos, sus obras ha estado muy ligadas al cine, desde la aparición del GES.
Nacido en La Habana, en 1948, Sergio, desde 1970 a la fecha, ha colaborado con su música en más de una treintena de documentales y unos cuantos largometrajes de ficción, entre éstos: La tierra y el cielo y Una mujer, un hombre, una ciudad…, de Manuel Octavio Gómez; así como Roble de olor (2003), de Rigoberto López, cuya hermosa partitura contribuye a afianzar los valores plásticos e históricos de esta obra.
Razón tuvo su hermano cuando apuntó que «Sergio ha hecho hincapié en el desarrollo de una especie de lírica y épica de los valores del folklore, de lo hispánico y lo africano en nuestra cultura».
De cierta manera (1974), fue la ópera prima en ficción, tanto para Sarita Gómez (1943-1974), su realizadora, como para Sergio Vitier, el compositor. La película, con algunos elementos del género documental, trata sobre los ex vecinos de Las Yaguas³, ahora ubicados en el nuevo barrio de Miraflores, construido por ellos mismos. Sergio, al componer la música, muy certeramente llegó a transformarla en un «personaje que habla con voz propia, cuenta lo que está pasando, sabe lo que dice y por qué lo dice», según el criterio expresado por el cineasta Rigoberto López, quien años después trabajara con el compositor en Roble de olor, y que el autor de este trabajo comparte cabalmente.
A mi juicio, la música de El brigadista (1977) es una de las más bellas que Sergio haya concebido para el nuevo cine cubano. En el transcurso del tiempo, otras películas musicalizadas por él han sido: Maluala, Plácido, Capablanca y Derecho de asilo, en ésta última, diecisiete años después de El brigadista, volvería a aunar su talento con el del realizador Octavio Cortázar.
El sello de José María Vitier (La Habana, 1954), por su parte, fácilmente identificable al escucharlo, un poco después que su hermano, ha estado presente en documentales, dibujos animados como Aborígenes, y largometrajes de ficción del nuevo cine cubano. En tanto compositor, como Sergio, le interesa la contemporaneidad que surja de la cubanía. José María ha expresado, además, que la vida misma, el mundo afectivo, no la técnica ni el oficio, han sido la fuente esencial de su propia obra.
A lo largo de su carrera dedicada al séptimo arte, él ha trabajado, entre otros, con los documentalistas Rogelio París y Héctor Veitía, así como con Humberto Solás, Constante Diego y Fernando Birri, respectivamente en sus películas: El siglo de las luces, Mascaró y Un señor con unas alas enormes.
Muy identificado con el propósito de sus realizadores, el binomio Tomás Gutiérrez Alea-Juan Carlos Tabío, sin traicionar las intenciones dramáticas del filme, José María Vitier diseñó la música de Fresa y chocolate (1993). El resultado fue una estupenda partitura en igualdad de condiciones con los otros valores de la obra.
Posteriormente crearía la música para las bandas sonoras de las películas El elefante y la bicicleta (1994), de Juan Carlos Tabío y Un paraíso bajo las estrellas (1999), ésta última presentada por el autor de estas líneas en la inauguración del II Ciclo de Cine: La música y la fiesta en el cine cubano, celebrado en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz, España), en agosto del 2005.
(Continuará)
NOTAS:
¹ Haydée Santamaría Cuadrado, Yeyé, (1922-1980), heroína del Moncada, combatiente de la Sierra Maestra. Dirigió Casa de las Américas «con imaginación, audacia y amor hasta su último aliento».
² En Calderón, Jorge (1972) Nosotros, la música y el cine. México, Universidad Veracruzana.
³ Barrio marginal surgido en las inmediaciones de la Loma del Burro, en el municipio 10 de Octubre, en La Habana, y al que fueron a parar muchas familias como consecuencia de las crisis económicas que hubo durante la neocolonia. La Revolución, desde un principio, se propuso su total erradicación. El ambicioso proyecto, atendido por trabajadoras sociales, implicó la construcción de siete nuevos barrios, entre ellos Miraflores, en Los Pinos. Mi propio libro: Amparo, millo y azucena (Casa de las Américas, 1970) registra las vivencias in situ, de uno de sus más famosos personajes, Amparo Loy Hierro.