La música en el cine de la Revolución (I)
Por: Jorge Calderón.
Con el triunfo de la Revolución cubana y la creación del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficas (ICAIC), un grupo de notables compositores como Leo Brouwer, Juan Blanco, Carlos Fariñas y Harold Gramatges, se empeñaron muy seriamente, en dotar al nuevo cine cubano de una sonoridad que contribuyera a realzar su significación. Analizada su obra retrospectivamente resulta obvio que sí lo lograron.
Dotado de una disposición natural para desenvolverse en el séptimo arte, tal vez ello mismo haya llevado a opinar a nuestros realizadores que Leo Brouwer (La Habana, 1939) es el músico ideal para hacer cine. Desde mi punto de vista, lo cierto es que, ¿virtud o defecto?, sus composiciones elaboradas especialmente para la pantalla y que sin dudas magnifican el lenguaje cinematográfico, al escucharlas fuera de ese contexto, adquieren vida propia también y se disfrutan plenamente en la audición.
A través de todos estos años, Leo Brouwer ha puesto su talento al servicio (función orgánica y no de subordinación) de Tomás Gutiérrez Alea, Julio García Espinosa, Humberto Solás, Sergio Giral, Manuel Octavio Gómez, Enrique Pineda Barnet y Manuel Pérez. Con ellos ha trabajado en «La batalla de Santa Clara» (tercero de los cuentos de Historias de la Revolución), Memorias del subdesarrollo, La última cena, Los sobrevivientes, Hasta cierto punto, El joven rebelde, Aventuras de Juan Quinquín, Son o no son, Lucía, Cecilia, El otro Francisco, La primera carga al machete, Los días del agua, Ustedes tienen la palabra, Tiempos de amar, y El hombre de Maisinicú.
El colombiano Lisandro Duque y el chileno Miguel Littin llamaron al maestro para que trabajase con ellos, respectivamente, en las coproducciones Visa USA y La viuda de Montiel, El recurso del método y Alsino y el cóndor.
En estos años de Revolución, el género documental (que como veremos más adelante ha registrado a las principales figuras de la música cubana), ha alcanzado un notable volumen de producción y calidad. Destacándose en el conjunto títulos como: Vaqueros del Cauto, de Oscar Valdés; Wifredo Lam, de Humberto Solás, o Hanoi, martes 13 y Mi hermano Fidel, de Santiago Álvarez. La música de cada uno de ellos fue compuesta por Leo Brouwer.
En el concierto inaugural del XX Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, Leo Brouwer dirigió, brillantemente, a la Orquesta Sinfónica Nacional. El programa estuvo conformado por fragmentos o selecciones de sus mejores partituras para el cine.
Ernesto Lecuona y María Teresa Vera, en tanto genuinos representantes de la nacionalidad cubana, fueron esenciales en la formación de Juan Blanco (Mariel, 1919). Desde los años cincuenta vinculado a la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo e integrante de un grupo (Julio García Espinosa, Alfredo Guevara, José Massip, Jorge Haydú) que devino fundador del nuevo cine cubano. Juan Blanco se convirtió en el autor de la música de El Mégano (1955), documental subversivo entonces por denunciar la miseria de los carboneros de la Ciénaga de Zapata y por extensión del campesinado cubano en general. Fue así como el compositor llegó al cine con esta obra, considerada como el antecedente histórico del actual cine cubano, y con una de las que da origen al Movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano.
Esta tierra nuestra (enero de 1959) precede, incluso, a la creación del Icaic. Con dirección de Tomás Gutiérrez Alea, constituyó la primera actividad fílmica de la Sección Cinematográfica de la Dirección de Cultura del Ejército Rebelde. La música, original de Juan Blanco, sería el contrapunto necesario a las imágenes de un documental protagonizado por auténticos campesinos que habían experimentado, en carne propia, los abusos de la guardia rural.
A partir de entonces, el nombre de Juan Blanco estará asociado a una filmografía, si no extensa, sí importante, que abarcó también títulos de ficción, dibujos animados (Ogú) y un filme de marioneta: El robo.
En 1962, Juan Blanco y Tomás Gutiérrez Alea volverían a aunar sus talentos, esta vez en Las doce sillas, comedia de gran aceptación popular en momentos en que el público cubano, interesado vivamente en su propio cine, activamente lo respaldaba con su presencia en las salas. Dos años después, el compositor colaboró con Jorge Fraga en otro filme de ficción: En días como éste.
En 1989, como autor de la partitura de La inútil muerte de mi socio Manolo, Juan Blanco regresó al cine. Con solo dos personajes, la música, sin dudas se convirtió en el tercero, por jugar un papel capital dentro de la estructura dramática de la puesta en pantalla. No estorbó, antes bien, calzó el desplazamiento escénico de Mario Balmaseda y Pedro Rentería, dos actores muy bien dirigidos por Julio García Espinosa, realizador que le atribuye suma importancia a la música cual expresión artística. La película, basada en una obra teatral muy exitosa, Mi socio Manolo, del dramaturgo Eugenio Hernández Espinosa, incorpora, asimismo, en la voz de Pablo Milanés, el bolero-son «Convergencia», de Bienvenido Julián Gutiérrez.
(Continuará)