La música campesina: retos más allá del Cubadisco
Por: Oni Acosta.
La música campesina en Cuba enfrenta no pocos retos en la actualidad, desde su consumo hasta la siempre vapuleada promoción.
El evento Cubadisco 2020-2021, que este año se desarrolla de manera virtual, ha catalizado algunos debates sobre criterios que recorren zonas y preocupaciones que pudieran poner en peligro el género. ¿Hay relevo musical? ¿Es este visibilizado más allá de los estereotipos? ¿Sigue siendo un género vivo?
En algunos casos podríamos afirmar que la música campesina atraviesa por una verdadera crisis en lo promocional, si tenemos en cuenta la poca representatividad que posee en nuestra TV; siendo este medio de comunicación —aún hoy— el de más audiencia y seducción en el país. Si a ello sumamos la remarcada utilización de clichés en torno al fenómeno, pues estamos en presencia de una burda caricaturización de una de las estéticas más raigales del país que, además, posee un importante grupo de seguidores dignos de ser tomados en cuenta. La casi nula exposición de talleres, jóvenes, cultores, homenajes y demás afluentes inherentes a la música campesina en la TV, contrasta con un fuerte movimiento musical que puja por salvaguardarse y mantenerse a flote en esta deriva provocada.
Siendo críticos, podríamos afirmar que la discografía nacional no satisface un mercado ávido y comprometido con su propia cultura musical, lo que deja abandonado un segmento sensible que no se ve reflejado en las dinámicas fonográficas del país. Ejemplo de ello es la poca presencia de materiales en esta edición del Cubadisco, si pensamos en que estamos sumando dos años de producciones a competir. Con apenas cinco nominaciones, continúa siendo infértil el cúmulo de discos afines en el país, lo cual denota el poco interés de las casas discográficas en solventar o revertir una problemática planteada desde hace varios años.
Pienso que urge recuperar y fomentar un mercado endógeno capaz de lograr interesantes interacciones con su música, a la vez que tribute desde la creación y la motivación artística para seguir aportándole al género, sepultando la creencia de que es un arte menor, poco rentable o “cosa de viejos”, desafortunadamente muy arraigada en algunos estratos sociales.
La música campesina nos define, nos retrata como cultura. No podría hablarse hoy de bolero, trova o canción sin recabar en antecesores como Pepe Sánchez y su tema “Tristezas”, híbrido tema que —así como Beethoven se considera la frontera entre el Clasicismo y el Romanticismo— es considerado como el primer bolero cubano o la primera canción trovadoresca de nuestro entorno sonoro. No sería justo hablar del changüí sin reconocer en el ambiente rural su más importante germinación, cuando se apropió de numerosos elementos temáticos que identifican la vida del guajiro y sus principales preocupaciones como ser social, a la vez que gestaba procesos de luthería e innovaciones musicales. La manera de afinar instrumentos de plectro y de percusión, por ejemplo, es similar en diversos universos musicales y pudiera ayudar a comprender orígenes o afluentes entre ellos. La consolidación de tonadas, en zonas dispares o lejanas entre sí, fue fundamental dentro de los procesos formativos e identitarios de cada región, ayudando a desarrollar con elementos propios de cada uno de estos diversos lenguajes que, a la postre, han devenido símbolos, sin duda alguna.
Pero si bien cada proceso de sedimentación musical se definió con los años y algunos más que otros, el aspecto más interesante siguió siendo el de cultivar una cultura sólida en torno al campo y sus variopintos lenguajes que han llegado hasta hoy con una fuerza y tradición oral impresionantes.
Guateques, punto, tonadillas o canciones han brotado de las gargantas y manos ásperas de generaciones que, desde una posición de blindaje musical y cultural, supieron transmitirlas a sus descendientes desde la tradición local y los valores que identifican a cada una.
Ahora, creo que ha sido un gran error el tratar de arrinconar estas tendencias hacia un solo lado en esta ecuación, sin el consiguiente y aparejado decursar natural de nuestra música campesina, desde lo meramente mediático. No se corresponde, mucho menos se entiende, cómo de una parte se gestiona desde las instituciones culturales el estudio del género en el país, sin embargo en la mayoría de los casos es una labor anónima, casi sin reconocimiento ni promoción.
La exacerbación de la identidad nacional por encima de modas pasajeras aún figura como deuda de decisores involucrados en procesos divulgativos del país. Otro ejemplo que bien podemos contextualizar en este sentido es el disco Con olor a manigua, producido por Rolando Montes de Oca para el sello Colibrí hace varios años y del cual se extrajo la versión de “El mambí” de Luis Casas Romero que interpretó Santiago Feliú. Ella carga un simbolismo extraordinario, pues fue la última grabación del cantautor, además de haber sido tema para la campaña del Ministerio de Cultura en ocasión del 20 de octubre del pasado año. Dicho material aun pudiera ser más publicitado en nuestros medios de comunicación, además de dársele existencia física, la cual a estas alturas no posee.
Si bien el disco no es exclusivamente de música campesina ni la aborda de manera mimética, sí constituye un muy inteligente acercamiento hacia lo que denomino “bordes temáticos”. Es decir, a través de versiones que rozan otras zonas de la estética trovadoresca cubana, viene a plantearnos un enfoque nada ortodoxo sobre el género rural que bien pudiera contemplar la tesis que tanto ansiamos: la invitación a que pueda llegar a otras audiencias periféricas que no centran su mirada en el género.
De muchas maneras podrían abrirse cauces y senderos para entronizar la música campesina en el torrente de gustos en el país. Convocar y estimular desde miradas inteligentes sería un anhelo convertido en realidad y un equilibrio ante tanta avalancha de chatarra que trata de imponerse sobre nuestra música. De nosotros dependerá.
Fuente: CubAhora