La mayor pasión de Marta
Por: Madeleine Sautié.
La tarde en el periódico fue inédita. Todo Granma sabía que las cenizas de Marta Rojas regresarían a la que fuera su casa mayor, ese sitio donde, con la avidez de su pluma, creció a partir de sí misma; ese templo que defendió siempre con su firma, porque mucho antes se había declarado fiel a Fidel, el hombre que atacó el Moncada para hacer de Cuba un país con decoro.
Impacta el silencio del recibidor, solo interrumpido por algún que otro paso, o la emoción que despierta verla tan hermosa en su retrato, sonriéndonos a todos, como solía hacer.
De muchas partes vienen amigos, colegas que integran otros colectivos, algunos incluso jubilados, personalidades distinguidas, rostros de instituciones que saben de su valía, y sus compañeros del yate, de cuyos labios podrían brotar miles de anécdotas, apasionantes historias en las que Marta es protagonista jovial, intrépida, ocurrente, impredecible.
Y está la cajita, acompañada de las ofrendas florales del General de Ejército Raúl Castro Ruz y del presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez, primer secretario del Partido Comunista de Cuba; del presidente de la República Socialista de Vietnam, Nguyen Xuan Phuc, y de la Cancillería de ese hermano país; de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana; de muchas partes. Y están sus medallas, su Premio Nacional de Periodismo José Martí, sus libros infinitos de tan sabios. Su bandera.
Tras la guardia de honor, las palabras de Yailin Orta, directora de Granma, hablan de Marta en clave de llegada. Nada de adiós. «Ella nos convoca a celebrar la vida», dice, y nos la retrata desde su «optimismo contagioso», y asegura: «Marta no nos preparó para este momento». El auditorio escucha y, a la vez, guarda esas imágenes de la Marta Rojas que ha conocido, dinámica y audaz, incompatible con la muerte.
Ya no hay dudas. Marta ha pasado a otra dimensión, pero no dejará jamás de acompañarnos «en el trazado de nuevos caminos» para defender lo que fue su mayor pasión: la Revolución.
Fuente: Granma