En el Centenario de Luis Carbonell
Por: Leonardo Depestre Catony en La Jiribilla
Luis Mariano Carbonell Pullés, tal fue su nombre completo, nació en Santiago de Cuba hace ahora un siglo, el 26 de julio de 1923. De la madre maestra recibió las primeras nociones en el arte de recitar, junto con sus dos hermanas mayores; niño aún estudió solfeo, teoría y piano con la profesora de origen catalán Josefina Farrés. A los 15 años ya es profesor de inglés e incursiona en el violín, aunque poco después regresa al piano y se presenta en diversos escenarios hasta que un día lo contratan en la emisora santiaguera CMKC como pianista acompañante.
Luis Carbonell fue un estudioso imbuido por el afán de la perfección. Su dedicación y tenacidad en el proceso de montaje de cada nueva obra de su repertorio, su virtuosismo declamatorio y su disciplina, fueron paradigmáticos.
Los datos anteriores puede encontrarlos en las enciclopedias, mas no el hecho de que fue un artista exigente, muy exigente consigo mismo, y con una irrevocable vocación para la enseñanza que lo llevó a asesorar musicalmente a importantes cantantes cubanos. En su aval aparecen los trabajos vocales hechos con el cuarteto de Facundo Rivero, con el de Mario Fernández Porta, con las D’Aida, con el Cuarteto del Rey, con Linda Mirabal….
Tuve el honor de visitar su hogar en dos ocasiones por la década de los 80 y ver cuán modestamente vivía. Nada de lujos, aunque dos cosas no podían faltarle: una, el piano donde enseñar y escuchar las voces de sus “alumnos” –por lo común artistas ya profesionales que sabían cuánto podían aprender al lado del maestro; segundo, sus plantas, humildes plantitas acompañantes muy bien atendidas.
Prosigamos pues con los apuntes biográficos. Todo ocurrió a partir de un día, y dejemos que él lo cuente: “El productor me pidió que recitara algún poema, entre número y número, para no hacer tan seguidas las canciones. Antes de terminar el programa, que duraba una hora, debí volver a recitar, por el gran número de llamadas telefónicas. Sin proponérmelo, sin querer, casi por casualidad, comencé a recitar”.
A través de Esther Borja, conoció en Nueva York a los maestros Ernesto Lecuona y Gilberto Valdés. En aquel año de 1947 debutó en un programa de poesía afrocubana de la National Broadcasting Corporation, destinado a la América Latina, y en Carnegie Hall.
En la década de los 50 trabajó en Cuba el actor cómico y presentador argentino Pepe Biondi, quien desde que escuchó a Luis Carbonell aseguró que no era recitador sino una especie de pintor de acuarelas de las costumbres cubanas. Un buen día lo presentó como el acuarelista de la poesía antillana… y así quedó.
Fue figura solicitada en la televisión cubana desde sus comienzos. Compartió escenario con Josephine Baker, Jorge Negrete, Pedro Vargas, Paquita Rico, el trío Los Panchos…
A quien redacta, Luis Mariano contó que “en 1953 fui a España con el maestro Lecuona, que presentaba su obra El cafetal. Nos acompañaba también Esther Borja. Actuamos en Madrid y Barcelona durante varios meses. Los comentarios de la crítica fueron siempre extraordinariamente favorables”.
En verdad, su relación artística y amistad con Ernesto Lecuona y con Esther Borja fue un suceso que guardó en su memoria con agradecimiento eterno.
Ferviente admirador de la poesía y, en especial, de la de Nicolás Guillén, poco a poco Carbonell fue descubriendo a otras figuras relevantes como los cubanos Emilio Ballagas, José Zacarías Tallet, Félix B. Caignet, el chileno Pablo Neruda, los venezolanos Manuel Rodríguez Cárdenas y Aquiles Nazoa, el puertorriqueño Luis Palés Matos, los españoles Federico García Lorca y Alfonso Camín… haciendo de la obra de cada uno de ellos una creación irrepetible.
Dejó una discografía que permite el disfrute y apreciación de su voz. Viajó… y sin darse cuenta no solo se convirtió en un artista internacional sino en uno de los artistas que en vida vivió —a su pesar, por tratarse de persona muy sencilla— su leyenda.
Dechado de modestia y sabiduría, Luis Mariano recibió la Orden Félix Varela, el Premio Nacional de Humorismo y el Premio Nacional de la Música. Murió a los 90 años, el 14 de mayo de 2014 en La Habana. Dejó una huella tan profunda en la memoria de la creación artística, que siempre lo vamos a extrañar. “¡Oh, Fuló, oh mi negra Fuló!…”.