El Tenorio en La Habana
Por: Ciro Bianchi.
En la Cuba de hace algunos años se hizo habitual llevar a escena todos los 2 de noviembre –Día de los fieles difuntos– una fácil y pegajosa obra del español José Zorrilla, Don Juan Tenorio.
En algunos teatros se respetaba la letra de la pieza; en otros, como el Alhambra, una de las cimas de nuestro vernáculo, subía a las tablas, con mucho gracejo y con un ritmo trepidante y excelente versificación, un Don Juan cubanizado que con el nombre de Don Juan Jolgorio hacía en una bodega, y no en una hostería, el recuento de sus aventuras y conquistas amorosas, que se extendían desde Marianao hasta Guanabacoa.
Como el Día de los difuntos coincidía cada cuatro años con la fecha de las elecciones generales, si las había, no resultaba raro entonces que algún que otro ciudadano, en la candidatura en blanco, diese su voto a Don Juan o a Luis Mejía, su rival, o al Ciutti o a Butarelli, otros de los personajes de la obra.
La Habana de los años veinte y treinta fue, como solía decir Eduardo Robreño, una “plaza fuerte del teatro”. Seis u ocho salas abrían sus puertas cada noche a fin de ofrecer los géneros más variados. Y muchas compañías europeas venían en esa época a la Isla y probaban aquí fortuna. Si triunfaban era casi seguro que alcanzarían un éxito similar en otras latitudes latinoamericanas. Si no, ya podían volverse a Europa con la vergüenza del fracaso a cuestas y los bolsillos vacíos.
Y claro, no siempre sucedía así. Al menos ese fue el caso de Mimí Aguglia, la gran trágica italiana que cosechó en esta capital, al frente de su elenco, aplausos clamorosos y una buena bolsa, y buscó otros horizontes ansiando el mismo éxito, y regresó a La Habana “tronada y sin compañía”.
Quiso aquí reponerse antes de regresar a su patria, y como se acercaba el Día de los difuntos nada le pareció más oportuno que montar el drama zorrillesco. Como el dinero era escaso, mucha la competencia y poco el tiempo de que disponía, la Aguglia se vio obligada a conformar su grupo con actores desconocidos, y mientras ella se reservaba el personaje de Doña Inés, escogió para el papel protagónico –¡qué remedio!– a un actor que era el anti Don Juan definitivo: feo, famélico y desmejorado.
Llegó la noche del estreno. Avanzó la obra de Zorrilla hasta la escena en que Don Juan se dispone a raptar a Doña Inés y en la que, según el librero, sale del escenario con ella en brazos. Y he aquí que nuestro feo, famélico y desmejorado Don Juan no pudo con la Aguglia, que no era una mujer gorda, pero sí redonda, según la recordaba Renée Méndez Capote en su Amables figuras del pasado, de donde tomo esta anécdota. A duras penas consiguió sacarla de su asiento, dio dos o tres traspiés con ella a cuesta y luego de varios intentos fallidos la dejó caer sobre las tablas. Y tuvo Doña Inés que raptarse a sí misma y salir caminando por su cuenta.
Apunta la Méndez Capote que el regocijo del público no tuvo límites y, el colmo, para rematar lo sabroso del suceso, el hábito de “la paloma del alma mía” era transparente y Mimí Aguglia no llevaba nada debajo.
NOTA EDITORIAL
Esta crónica de Ciro Bianchi apareció publicada en Cubadebate el 19 de noviembre de 2022.