El ballet en el período romántico
Autora: Yilian Carús.
La melancolía, el desengaño, ese héroe rebelde e inconformista pero soñador, la evasión como medio de escape a esa vida de desencanto. Una naturaleza silvestre, pero hostil, con bosques, paisajes y montañas que para el hombre es un todo orgánico y vivo… El amor y la muerte… Sintetizan el arte en un momento único en la historia de la humanidad.
El período romántico, surgido a finales del Siglo XVIII y principios del siglo XIX, se desarrolla en Europa marcando un momento histórico: el ascenso de la burguesía y de los ideales de la Revolución Francesa con la igualdad, libertad y fraternidad.
Este período tiene un gran gusto por el pasado, mezcla los sentimientos estéticos con algo místico, buscando inspiración directa en el mundo de la naturaleza, implicando una actitud reminiscente de la que caracterizó a la Antigüedad clásica.
El arte romántico con su nueva visión del mundo y sobre todo del ser humano, implicaba la supremacía de la imaginación, una fuerte necesidad de huir. El creador romántico estaba marcado por un espíritu rebelde y esto lo llevaba a reclamar libertad frente a las normas académicas.
Dentro de sus fuentes de inspiración estaba la Edad Media, con el arte sacro donde los creadores románticos veían la religiosidad en esta época como un símbolo de fe e identidad. También existía un interés maravilloso por las criaturas míticas, y las leyendas mitológicas de los países nórdicos.
El romanticismo representa en el terreno filosófico una reacción emocional, se considera como una constante histórica que se encuentra en la mayor parte de las expresiones culturales del alma fáustica y dionisiaca, pero en oposición a las manifestaciones del alma apolínea.
Si bien el siglo XIX trajo consigo una voluntad de formas, revelada en los diversos movimientos o tendencias de la época, hay algunos de especial significación que pasamos a considerar someramente.
Las conquistas del Ballet Acción en el siglo XVIII pusieron a la danza en un peldaño superior, todavía quedaba mucho por hacer en el plano teórico y sobre todo práctico. En esta época es donde nacen algunos arquetipos en el ballet: el sentimentalismo, el amor libre, el idealismo frente a una realidad miserable, el amor por encima de la razón y la imaginación.
Una de las principales figuras en llevar a su plena realización el pensamiento de Jean George Noverre (1727-1810), fue el italiano Salvatore Viganó (1769-1821). Por herencia familiar Viganó fue educado bajo los conceptos danzarios. Realizó sus estudios con Douberval, quien a su vez le transmitió la enseñanza de Noverre. Al casarse con la popular bailarina española María Medina popularizó el coreodrama, un género que combinaba la belleza plástica de las actitudes individuales; esto dio paso a la pantomima, una nueva estructura que se ajustaba al ritmo musical. Uno de los principales aportes del coreodrama a la evolución de esta manifestación artística que iba evolucionando cada vez más fue el uso de la pantomima rítmica, que se situaba entre el gesto imitativo y el baile tradicional, acompañada completamente de la música.
En 1812 Viganó se establece en Milán donde abandona la danza y se convierte en coreógrafo. Los argumentos de sus ballets ponen de manifiesto una notable imaginación que por momentos se eleva a grandes alturas, puso especial cuidado en la elección de las piezas musicales para sus obras. Sus mejores ballets fueron Promethée (1813), Psammi(1917), Dédale (1818), La Vestale (1818), y Les Titans (1819).
Una importante contribución, que se mantiene en la actualidad, fue el desarrollo de la técnica y la facilidad de ejecución que se obtenía siendo “bien torneado hacia afuera”.
Podría considerarse también a Carlo Blasis (1803-1878) como el primer pedagogo del ballet clásico. Recibió una educación completa en las artes y estudió danza con Douberval y P. Gardel. En 1820 expuso sus teorías sobre la técnica del ballet en TraitéÉlémentaire, Théorique et Practique, de l´ Art de la Danse,aquí sienta las bases en cuanto a principios y códigos, y en el cual lo más importante es el valor de la línea. Blasis inventó el attitudes, inspirado en la estatua de Mercurio de Jean Bologne (1524-1608), después aplicándolo al famoso piruette en attutude.
Para 1837, Blasis era nombrado director de la Academia Imperial de Danza y Pantomima en el Teatro alla Scala de Milán, allí puso en práctica sus principios más satisfactorios. Como coreógrafo Blasis compuso setenta ballets, con una inmensa cantidad de pasos.
En 1822 una joven bailarina italiana, Marie Taglioni (1803-1884), realiza su debut en Viena con un ballet ideado por su padre F. Taglioni. Para 1827 la familia Taglioni va a Paris, pero fue recibida con indiferencia. No fue hasta 1832, que protagonizó un nuevo ballet, llamado La Sylphide, alcanzando el éxito.
La Sylphide fue la primera de muchas contribuciones del ballet en el período romántico, al decir de Gautier: «Después de La Sylphide, la ópera fue abandonada por los gnomos, las ondinas, las salamandras y las “nixes”, las “willis”, a todo ese extraño y misterioso mundo que tan maravillosamente se presta a las fantasías del maître de ballet».
Marie Taglioni ejerció gran influencia en el ballet, lo liberó del estilo artificial y ampuloso del siglo XVIII. Su espiritualidad infundió en el ballet, acentuando la técnica con su prodigiosa elevación, y su capacidad para permanecer en el aire. Elevó la danza casi hasta el grado de un rito religioso. Los ballets en que Marie Taglioni tuvo sus mayores éxitos fueron La Sylphide y La Fille du Danube (1836).
Entre los muchos compañeros de baile que tuvo Mlle. Taglioni, debe mencionarse a Jules Perrot (nacido en 1800). Renombrado por la elegancia y el ritmo de su estilo al danzar lo llevaron a adquirir como sobrenombre l´ aérien (el aéreo) o el Taglioni varón. Era un excelente coreógrafo con infinitas obras exitosas. Dentro de sus composiciones más populares se encuentra el Pas de quatre, donde aparecían MlleTaglioni, Carlota Grisi (1821-1889) —notable por su interpretación en el protagónico de Giselle (1881), también en obras como La Perí (1843) y Paquita (1846)—, Fanny Cerrito (1817-1903) y Lucile Grahn (1821-1907).
También acompañaron a la Taglione creadores como Joseph Mazilier, Jean Coralli y Arthur Saint-León, este último pionero en la tarea de llevar a la escena los bailes folklóricos con el lenguaje de la técnica académica.
Hacia 1835 Mlle. Taglioni tuvo una gran rival, Fanny Elssler, una bailarina vienesa con gran técnica y carácter al danzar. Totalmente opuesta a la sensibilidad y el sentido etéreo de Marie Taglioni, tenía un lado apasionado, de fuerte colorido.
Mlle. Taglioni es una bailarina cristiana. Mlle. Elssler es una bailarina pagana, afirma Gautier. Si Mlle. Taglioni volaba, ella (la Elssler), relampagueaba. Dentro de los mayores éxitos de Mlle. Elsser se encuentran: Le Diable Boiteux (1836), La Gipsy (1839), La Tarantule (1839), y Esmeralda.
El período romántico marcó una etapa de oro en la danza, sus postulados teóricos podemos encontrarlos en fuentes lamentablemente muy dispersas y endebles: en la crítica de la época, en los trabajos de intelectuales del relieve de Teófilo Gautier y Vernoy de Saint Georges, entre otros.
No es posible dejar de mencionar al prolífico coreógrafo de la escuela danesa de ballet, Augusto Bournonville. En su obra podemos encontrar no sólo la detallada muestra del lado más humano del romanticismo, Bournonville era un creador cosmopolita, un ciudadano de su tiempo. Dentro de la dramaturgia de sus obras había un sentido humanista, fiel representante del naturalismo nórdico.
Bournonville puso la figura masculina en un lugar significativo en el mundo de la danza. Luchó para que la danza fuera vista como un espectáculo ante los ojos del espectador, dentro de sus grandes aportes al ballet estuvo relacionar a los grandes intelectuales de la época, cabe mencionar a Hans Christian Andersen, y también a pintores y músicos de su país.
Murió en Copenhague, en 1879, logrando el primer fondo de pensiones concebido a un bailarín en el mundo. La correspondencia con su maestro, el célebre francés Augusto Vestris, constituyen hoy uno de los más excepcionales documentos para conocer las problemáticas teóricas y prácticas de la danza europea de su tiempo.
Las obras del coreógrafo danés están en la cúspide del desarrollo de la danza, hasta la llegada del clasicismo, acompañado de Marius Petipá. En 1847, Petipá llega a San Petersburgo, para ocupar el puesto de premier danseur, para 1859 ya era nombrado maître de ballet. Sus primeras obras no causaron mucho impacto, pero en 1862 crea La Fille de Pharaon, causando furor ante la audiencia.
Sus obras reflejan el espíritu de la época, casi todas estaban compuestas por cinco actos, exhibía danzas complicadas, bellos agrupamientos. Su labor como coreógrafo representa una lista de trabajos increíbles, compuso cincuenta y cuatro nuevos ballets, exhumó antiguos y proveyó las danzas para treinta y cuatro óperas.
Entre sus creaciones más conocidas se encuentran: Don Quijote (1869), La Bayadera (1877), La Bella Durmiente (1890), y El lago de los cisnes (1890). Siempre estuvo dispuesto a la búsqueda de los contenidos dramáticos, ponía especial atención al aspecto emocional de la psicología de los personajes. Era definido como un mago entretenedor.
El espíritu del período romántico del siglo XIX, no solo se nutrió de la literatura, sino que sentó muchas bases en la técnica y la teoría que vemos en la actualidad. El ballet romántico, lleno de willis, elfos y ondinas, enriquece la comprensión que se puede llegar a tener sobre el romanticismo y sobre sus temas literarios.