De calles y callejones
Por Ciro Bianchi.
En la página de la semana anterior Cositas de ayer mencionó el escribidor a la calle de la Bomba como uno de los sitios donde, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, se asentaba la prostitución en La Habana.
Imagino que no fueran pocos los que se preguntarían qué calle fue esa y el porqué de ese nombre. Veamos lo que al respecto dicen José María de la Torre, Manuel Pérez Beato y Emilio Roig, pero diremos antes que la vieja calle de la Bomba es la calle de San Juan de Dios, en La Habana Vieja.
Roig en su libro La Habana: apuntes históricos (1963) coincide con la afirmación que sobre el nombre de esa vía hace De la Torre en Lo que fuimos y lo que somos; La Habana antigua y moderna (1857). En los días del sitio de la capital cubana por los ingleses, una bomba cayó sobre una casa de esa calle; explotó y aunque la edificación estaba llena de soldados que defendían la villa del asedio extranjero, no mató a nadie.
Pérez Beato es de otra opinión. Asegura que en la terminación de dicha calle, donde se encuentra el llamado parquecito de Jerez —se erigió allí el busto de Manuel Fernández Supervielle, el alcalde suicida—, existió un polvorín del que en un plano de comienzos del siglo XVIII se decía «Almacén de pólvora a prueba de bombas».
De cualquier manera, la calle se denominó antes Del Padre Sánchez, por el sacerdote de ese nombre que fungía como apoderado del Hospital de Paula que allí vivía, y Del Vigía del Morro por el vecino Francisco Evia o Hevia que tenía tal cargo.
Tuvo además los nombres de Cerrada de Santa Catalina, De la Pólvora y Del Progreso, este último con rápida aceptación por haber estado habitada hasta ese momento por mujeres públicas que provocaban escándalos y riñas frecuentes, todo lo cual quería olvidar la vecinería.
Andando por ahí
La calle Cárdenas se llamó antes Ancha y Del Basurero. Otra calle, Colón, llamada así en homenaje al Almirante de la Mar Océana, fue antes De los Vidrios, De la Laguna Seca y De las Canteras, por las de San Lázaro, a las que conducía. Crespo fue también Del Recreo o De Romaguera, por los baños así llamados. San Lázaro, llamada así porque conducía al hospital de ese nombre, recibió después el de Ancha del Norte, aunque nadie la llamó de esa manera. Luego, por acuerdos sucesivos del Ayuntamiento habanero, fue Avenida de Maceo y Avenida de la República hasta que en 1936 se le restituyó el primitivo de San Lázaro.
San Rafael fue también De los Amigos, Del Monserrate y Del Presidio, por el establecimiento penitenciario construido donde se edificó el Gran Teatro. En 1921 se le dio el nombre de Francisco Carrillo, un día antes de que este general mambí asumiese la vicepresidencia de la República, pero nadie le llamó así. Neptuno, antes de ser Neptuno, fue San Antonio y De la Placentera y terminó siendo Neptuno cuando comenzó a asociarse con la fuente dedicada a ese dios que se emplazó en la esquina de Prado.
Obrapía recibió originalmente el nombre de Artemisa y luego de San Felipe. Tallapiedra fue Del Pilar. Y Trocadero, hasta 1823, Del León de Oro. Teniente Rey se llamó, asimismo, Del Basurero, de Santa Teresa y de San Salvador de Horta, en tanto que O´Reilly fue Honda, Del Sumidero, Del Basurero y De la Aduana. Cuando Alfredo Zayas ganó, en 1921, la presidencia de la República, el Ayuntamiento, al igual que hizo con el vicepresidente Carrillo, decidió dar a O´Reilly, de manera oficial, el nombre del nuevo mandatario. A Zayas no le entusiasmó la idea. Matrero como era, comprendió que nadie dejaría de llamar O´Reilly a O´Reilly para llamarle Alfredo Zayas. No se equivocó.
Nombres oficiales
Y es que los nombres oficiales, al menos en las calles habaneras, rara vez pegaron. La Calzada de Monte se llama Máximo Gómez, y Reina lleva el nombre de Simón Bolívar. Como Finlay se rebautizó la vieja calzada de Zanja, y Belascoaín se denomina Padre Varela. Pero, ¿cuántos son los habaneros, viejos o jóvenes que aluden a esas calles por su nomenclatura oficial? Pocos en verdad, aunque los documentos y las tabletas que identifican las vías insistan en recordarnos que Teniente Rey, Zulueta, Concha y Estrella se llaman Brasil, Agramonte, Pintó y Barnet.
Nadie llamó Avenida de la República a la calle San Lázaro, ni José Miguel Gómez a la calle Correa, en Santos Suárez. La Avenida de México sigue siendo Cristina y Neptuno, nunca ha sido Zenea, como Palatino no fue Cosme Blanco Herrera, y no cree el escribidor que alguien recuerde que Trocadero es América Arias. Gerardo Machado hizo bautizar con su nombre la calle 23, en el Vedado, y Línea, en tiempos de la dictadura comenzó a ser llamada Doble Vía General Batista, y ya se sabe lo que pasó.
Algo similar sucede con el Malecón habanero. En sus orígenes, en los albores del siglo XX, recibió el nombre de Avenida del Golfo en su tramo inicial, aquel que se extiende entre La Punta y el monumento a Maceo. Después a ese tramo se le llamó, sucesivamente, Avenida de la República, Avenida del General Antonio Maceo y Avenida Antonio Maceo. Eran los tiempos en que esa vía, la más cosmopolita de la urbe, llegaba hasta la estatua del prócer en el parque que lleva su nombre.
Se fue extendiendo el Malecón hasta la desembocadura del Almendares y los nuevos tramos fueron Avenida de Washington, Avenida Pi y Margall y Avenida Aguilera. Pero no hay quien los identifique para llamarlos así, si es que aún tienen esos nombres, y todos, habaneros y no, aluden a esa vía por el genérico y popular nombre de Malecón, con inicial mayúscula, como si fuese un nombre propio. Así ha sido siempre y así será.
Corrales y Obispo
No es extraño que sea la vida misma la que ponga lo suyo para dar nombre a una calle. Fueron los corrales para reses que existían entre las calles de Águila y Ángeles, al fondo de la iglesia de Guadalupe, los que dieron nombre a la calle Corrales. Se llamó también De Vives, por el capitán general Francisco Dionisio Vives, y De La Habana porque, decía José María de la Torre, en 1857, «teniendo más sombra que la Calzada de Monte, van por ella a La Habana los de la barriada del Sur, logrando acortar una cuadra que se perdía por la indicada Calzada (pues había que hacer un rodeo) hasta 1855 en que se ha dado mayor rectitud a la Calzada por la Puerta de Tierra».
El varias veces citado De la Torre afirma que la calle Obispo debe su nombre a que el obispo Morell de Santa Cruz paseaba con frecuencia por ella. Para Pérez Beato la causa es más antigua, y es que el obispo fray Jerónimo de Lara vivía en la esquina de Obispo y Compostela.
Se llamaba calle Del Obispo cuando el 8 de febrero de 1897 el Ayuntamiento acordó de manera unánime, en repulsivo gesto de servilismo, cambiarle el nombre por el de Weyler. Al ocurrir la evacuación española, el pueblo arrancó y destruyó las tarjetas que lucían el nombre del despótico y sanguinario militar.
En 1905 se le dio el nombre de Pi y Margall, en homenaje al defensor, en España, de la independencia de Cuba. Con anterioridad había llevado los nombres de De la Casa Capitular a la Ermita de Monserrate y, más atrás, el de Su Señoría Ilustrísima. Pero en atención a la invariable costumbre popular volvió a llamarse oficialmente Obispo.
Callejones
No son pocos los callejones de la ciudad intramuros. Vienen ahora a la mente del escribidor el Callejón de Bayona, por José Bayona y Chacón, conde de Casa Bayona. Y el Callejón de Carpinetti, por un italiano que allí vivía.
El Callejón del Porvenir, nombrado así en 1899 como demostración de la expectación que animaba en el pueblo al cesar la dominación española. Es el antiguo Callejón de la Samaritana. Dice De la Torre que esa calle debe su nombre a que allí vivía una beata a la que llamaban así. Pérez Beato es de otro criterio y atribuye el nombre a las monjas clarisas que surtían de agua a los vecinos, tomándola del aljibe del convento.
Este fue antes el Callejón de la Huerta del Campo porque en la parte del convento de Santa Clara correspondiente a esta calle tenían las monjas una huerta. El de Churruca debe su nombre al del famoso marino español muerto en la batalla de Trafalgar. Y el de Jústiz porque en la esquina con Baratillo vivió la marquesa de Casa Jústiz de Santa Ana.
Imprescindible se hace mencionar en esta relación forzosamente incompleta de callejones, el de Espada por haber vivido allí el ilustre obispo Juan José Díaz de Espada, cuya casa da asiento hoy a una librería. Este callejón se llamó Del Ataúd por la forma de las dos medias manzanas que lo componen. A su intersección con las calles Compostela y Chacón se le llama Las cinco esquinas del Ángel.
Se le llamó también Del Cayo porque a la media manzana oeste, que era muy pequeña, se le decía El Cayo. El Callejón del Chorro, a un costado de la Plaza de la Catedral, es el más conocido de todos. Allí desaguaba la Zanja Real, el primer acueducto que España construyó en América.
NOTA EDITORIAL:
Este artículo de Ciro Bianchi apareció publicado en el periódico Juventud Rebelde el sábado 30 de octubre de 2021