Aquel 13 de marzo
Por: Ciro Bianchi.
Un hecho lo retrata de cuerpo entero. Se encuentra en la cafetería de 23 y J, en el Vedado capitalino, cuando se le acercan dos policías que acaban de descender de un patrullero.
—¿Usted es José Antonio Echeverría? —inquiere uno de ellos.
—Efectivamente.
—Tenemos órdenes de llevarlo detenido.
—No hay problema. Si pueden llevarme, llévenme.
No pudieron llevárselo.
El año de 1956 ha sido para él un período de luchas y persecuciones. Su nombre ha estado de manera casi permanente en todos los informes policiales. Participa en los congresos estudiantiles de Chile y Ceilán y en el camino de regreso a Cuba pasa por la capital azteca y suscribe con Fidel Castro la llamada Carta de México, y antes, el 14 de julio, por una mayoría sin precedentes, es reelegido en la presidencia de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU).
Ocupa la secretaría general del Directorio Revolucionario y las navidades lo encuentran sumergido en la clandestinidad. Tiene solo 24 años de edad cuando la revista Bohemia, de La Habana, lo incluye entre las personalidades más relevantes del año, junto a Fidel y a figuras del calibre de Nehru, Nasser, Josip Broz Tito, Jruschov y el poeta español Juan Ramón Jiménez, galardonado en esa fecha con el Premio Nobel.
Poco después, en febrero, el destacado periodista norteamericano Herbert Matthews, que ya subió a la Sierra Maestra para entrevistar a Fidel, lo entrevista para The New York Times. Es un encuentro secreto logrado gracias a contactos clandestinos, pues de todos los miembros del Directorio, es José Antonio el más buscado por la Policía.
Matthews lo describe. «Sus amigos lo llaman El Gordo, pero él en realidad es solamente de fuerte complexión, fresco, apuesto, con el pelo ondeado prematuramente pintado de canas… Es estudiante de Arquitectura». Los universitarios se unirán a un movimiento serio de resistencia y esperan la oportunidad de unirse a la revolución, dice al periodista que apunta por su parte que la conversación de José Antonio estaba llena de frases tales como: «Los estudiantes cubanos nunca han temido a la muerte; estamos acostumbrados a la lucha clandestina». Y concluía Matthews la entrevista: «Eso es cierto».
Planes
Pocos días después, el miércoles 13 de marzo de 1957, hace ahora 65 años, con el asalto al Palacio Presidencial, tiene lugar la gran batalla del movimiento estudiantil contra el batistato. Fracasa la acción. De los 50 hombres que se supone tomaron parte en el asalto, unos 25 cayeron en el intento de apoderarse de la mansión del Ejecutivo o, transcurrido el combate, fueron asesinados dentro o en los alrededores del edificio, en tanto que José Antonio, enfrentado a la policía, caía abatido junto a los muros de la Universidad de La Habana, a su regreso de la acción de Radio Reloj. Un mes más tarde, otros cuatro valerosos miembros del Directorio, víctimas de una delación, eran vilmente asesinados. Justo es decirlo. Muerto José Antonio y sus más corajudos compañeros, el Directorio jamás recuperó su pujanza de antaño.
Como jefe político de la acción, José Antonio en su alocución al pueblo de Cuba desde Radio Reloj, que por fallos técnicos no pudo escucharse en su totalidad, dio a conocer el ajusticiamiento del tirano, hecho que no se produjo, y, aunque tampoco se oyó, llamó a la ciudadanía a concurrir a la Universidad, consciente como estaba de que el asalto no era una acción aislada, sino que preveía el movimiento popular como vía de triunfo.
Ya con el Palacio Presidencial en poder de los hombres del Directorio, los combatientes se apoderarían del sector de la ciudad que rodea el edificio. Atacarían el Cuartel Maestre de la Policía Nacional, y a partir de ahí todos los cuarteles policiales. Al mismo tiempo, milicias salidas de la Universidad ocuparían las emisoras radiales y televisivas y las redacciones de los periódicos y llamarían a la huelga revolucionaria e instruirían al pueblo acerca de los lugares a los que acudir en busca de armas. Aunque los del Directorio estaban convencidos de que la muerte de Batista llevaría apareada el fin de su régimen, trataban de evitar que el triunfo pudiese ser escamoteado a la Revolución en una componenda de políticos y militares.
El otro asalto
Los días 27, 28 y 29 de marzo y entre el 1ro. y el 5 de abril tendría lugar lo que los batistianos llamaron el segundo asalto al Palacio. Durante esos días la cúpula del poder económico cubano visitó a Batista en homenaje de desagravio. Acudieron grandes empresarios y hacendados, propietarios de centrales azucareros, banqueros, ganaderos, dueños de grandes arroceras, cafetales y colonias cañeras.
También representaciones de asociaciones de profesionales y hasta de la Asociación de Veteranos en la persona de su presidente, el general Daniel Gispert. Hombres de negocios extranjeros, españoles y norteamericanos rindieron también pleitesía al dictador.
Lo mejor estaba aún por venir. Para el 7 de abril la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC) convocaba a una concentración popular frente a la fachada norte de Palacio. Allí se dieron cita «voluntaria» empleados públicos, desempleados a los que se les había prometido empleo y residentes de barrios de indigentes que esperaban su pequeña recompensa. Batista, al resumir el acto, lamentó el asalto y expresó que «tantos años de crear y trabajar no merecían tan dolorosa réplica», y añadió: «Yo soy bueno, yo me sé bueno y quiero que sean buenos mis amigos, mis colaboradores y mis hijos».
Y ahí mismo empezaron los bombazos, porque militantes del Movimiento 26 de Julio habían alquilado cuantas habitaciones pudieron en hoteles cercanos e hicieron detonar pequeños artefactos que no mataban a nadie y apenas causaban destrucción, pero hacían un ruido que sembró el pánico entre los reunidos. Batista acabó su perorata como pudo y abandonó la tribuna con pies ligeros. Nunca más acudió a un acto público.
Un año después
El 13 de marzo de 1958, familiares, amigos y simpatizantes de José Antonio asistieron a una misa que en su nombre se ofició en la iglesia del Carmen, en Infanta esquina a Neptuno, y fueron desalojados a palos por la Policía con el saldo de no pocos detenidos.
Poco después, dos jóvenes estudiantes universitarias, Nuria Nuiry Sánchez y la hija de un connotado político antibatistiano que pidió el anonimato, decidieron colocar un ramo de flores en el lugar donde un año antes el líder estudiantil había caído en combate. Compraron un peso de gladiolos y al llegar al lugar del hecho se encontraron con que dos autos policiales montaban guardia, una perseguidora y otro con Miguelito, El Niño, y varios esbirros del sanguinario teniente coronel Esteban Ventura Novo.
La presencia policial no inhibió a las muchachas, que cumplieron su objetivo ante la mirada atónita de los agentes represivos que no atinaban a reaccionar. Cuando al fin lo hicieron, ya las muchachas corrían por Jovellar hacía la calle L. Nuria logró colarse en un ómnibus detenido en la esquina por un tranque y allí la policía la atrapó. La otra muchacha a todo correr dobló por L, pero un desnivel de la acera la hizo caer frente a Las Bulerías.
Sus perseguidores la alzaron en vilo y a empujones la llevaron hasta el lugar de los automóviles, donde ya tenían a Nuria, a la que golpeaban en la cara con el ramo de flores al tiempo que la amenazaban con hacérselas comer una a una. Las llevaron para la Novena Estación de Policía, el cubil de Ventura, pero tuvieron una suerte loca. El tenebroso jefe policial, que cuando estaba de buenas era una dama, después de advertirles que no estaban detenidas, las dejó ir.
NOTA EDITORIAL:
Esta crónica de Ciro Bianchi apareció publicada en Juventud Rebelde, el sábado 12 marzo de 2022.