Abelardo Estorino
Por: J. R. Fernández de Cano.
Dramaturgo, crítico literario y director teatral cubano, nacido en Unión de Reyes (municipio perteneciente a la provincia de Matanzas) el 29 de enero de 1925 y falleció en La Habana el 22 de noviembre de 2013. Fue una de las figuras cimeras, no sólo del teatro cubano contemporáneo, sino de la literatura dramática hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX.
Cursó sus estudios primarios en su pueblo natal, y pasó luego a la ciudad de Matanzas para obtener allí su título de Bachiller. Por aquel tiempo, no era la Literatura la disciplina que más le interesaba, sino la Medicina y, en particular, la Odontología; de ahí que, en 1946, cumplidos ya los veintiún años de edad, se trasladase a La Habana para cursar estudios superiores de Cirugía Dental.
Tras haberse licenciado en dicha materia, ejerció la profesión de odontólogo durante tres años (1954-1957), en los que tuvo tiempo y ocasiones suficientes para advertir y admitir que se había equivocado de profesión. El origen del nuevo rumbo que habría de imprimir a su trayectoria profesional (y, en general, a todos los aspectos de su vida) estuvo en el descubrimiento del teatro, género que le había cautivado desde su llegada a La Habana.
Fue así como se decidió a escribir, hacia mediados de los años cincuenta, su primera pieza teatral, Hay un muerto en la calle, obra que nunca llegó a estrenarse y que, en la actualidad, permanece inédita. La escasa fortuna que acompañó a esta ópera prima no se debía a la bisoñez e inexperiencia de Abelardo Estorino en estas lides, pues por aquel mismo tiempo escribió otra obra, El peine y el espejo, que fue llevada a los escenarios al cabo de cuatro años (concretamente, en 1960) y cosechó un notable éxito entre la crítica y el público.
Alentado por la buena acogida deparada a El peine y el espejo, el joven dramaturgo presentó un nuevo texto dramático, El robo del cochino, obra que, además de estrenarse en 1961, fue distinguida aquel mismo año con una Mención Especial en el prestigioso Premio Casa de las Américas. Se trata, ciertamente, de una pieza excepcional, pronto llevada a los principales escenarios de toda Hispanoamérica. En medio de la copiosa producción dramática que el escritor cubano habría de generar a lo largo de toda su carrera, El robo del cochino siempre ha sido destacada por la crítica como una de las mejores aportaciones de Estorino a la literatura dramática en lengua castellana.
Como acaba de apuntarse en el párrafo anterior, a partir del exitoso estreno de El robo del cochino, el dramaturgo de Unión de Reyes se enroló en una densa y fructífera singladura creativa que, en el transcurso de aquella década de los años sesenta se materializó en algunos títulos tan notables como la comedia musical Las vacas gordas y la adaptación de la novela de Miguel de Carrión Las impuras (ambas estrenadas en 1962); los dramas La casa vieja (estrenado en 1964, y distinguido también con una Mención en el Premio Casa de las Américas) y Los mangos de Caín (llevado a escena en 1965); y las versiones para títeres de El tiempo de la playa y La dama de las camelias (ambas representadas en 1968).
Por aquel tiempo, Abelardo Estorino, ya plenamente integrado en los foros y cenáculos de la dramaturgia habanera, debutó como director teatral asumiendo la puesta en escena -en colaboración con Raquel Revuelta- de La ronda, del austríaco Arthur Schnitzler. A partir de entonces, el escritor cubano habría de simultanear sus éxitos como dramaturgo con los múltiples aciertos que logró también en esta faceta suya de director teatral, en la que brilló con otros montajes tan notables como La discreta enamorada (1972), de Lope de Vega; Los pequeños burgueses (1975), de Gorki; Casa de muñecas (1979), de Ibsen; Aire frío (1981), de su compatriota Virgilio Piñera -cuya obra influyó decisivamente en la escritura teatral de Abelardo Estorino-; La verdadera culpa de J. C. Zenea (1986), de Abilio Estévez; La Malasangre (1988), de Griselda Gambaro; Aristodemo (1990), de Joaquín Lorenzo Luaces; y Medea (1997), de Reinaldo Montero.
Al tiempo que iba desarrollando esta fecunda labor como director teatral, Abelardo Estorino continuó enriqueciendo su producción dramática particular con otras obras tan brillantes como las tituladas La dolorosa historia del amor secreto de don José Jacinto Milanés (1973); Ni un sí ni un no (escrita en 1979, y estrenada al año siguiente, bajo la dirección del propio Estorino, quien consiguió con este trabajo el Premio a la Mejor Puesta en Escena); Pachencho vivo o muerto (estrenada en el Teatro Musical de La Habana en 1982); y Morir del cuento (cuyo montaje, dirigido en 1982 por el propio escritor, le granjeó por vez segunda el Premio a la Mejor Puesta en Escena).
En 1985, esta última obra de Abelardo Estorino –Morir del Cuento– fue galardonada con la Mención Especial del Gran Premio Cau Ferrat del Festival de Sitges (en la provincia de Barcelona), con lo que el teatro del autor cubano empezó a ser conocido y apreciado en España. En el transcurso de aquel mismo año, la obra, que acababa de ser llevada a la imprenta por la Editorial Letras Cubanas, recibió en la isla antillana el Premio de la Crítica.
Posteriormente, Estorino escribió otras piezas teatrales de muy diversos géneros, como la comedia Que el diablo te acompañe (1987) y el monólogo Las penas saben nadar (1989), galardonado con el Premio al Mejor Texto en el Festival del Monólogo. Ya de la década de los noventa son los dramas Vagos rumores (1992) y Parece blanca (1944), cuyos montajes, dirigidos por el propio autor, volvieron a alzarse con el Premio de la Crítica a la Mejor Puesta en Escena de sus respectivos años de estreno.
A mediados de dicha década de los noventa, Abelardo Estorino volvió a causar admiración entre la crítica y el público de España con su original propuesta teatral, ahora representada, en el transcurso del Festival Internacional de Teatro de Cádiz (1995) por Vagos rumores y Las penas saben nadar. Ambos montajes viajaron, al año siguiente hasta los Estados Unidos de América, para ser presentados en el Teatro Repertorio Español de Nueva York en 1996. Y en 1997, Estorino quedó definitivamente consagrado como una de las figuras notables de la literatura dramática hispanoamericana, al obtener en los Estados Unidos la beca John Simon Guggenheim Memorial Foundation, reconocimiento que coincidió en tiempo y lugar con la recepción del Premio ACE a la Mejor Dirección, con el que la crítica neoyorquina recompensó su montaje de Vagos rumores.
Tras haber presentado, todavía en aquel fructífero año de 1997, su puesta en escena de Parece blanca en el Festival Internacional de Caracas, Abelardo Estorino volvió a Nueva York en 1998 para presentar otras obras suyas en el ya citado Teatro Repertorio Español. Este trasiego por los principales foros teatrales de todo el mundo no le impidió continuar escribiendo; y así, en el año 2000 en la sala Hubert de Blanck, de La Habana, una nueva obra original, titulada El baile, que aquel mismo año fue llevada a la imprenta (La Habana: Editorial Alarcos, 2000) y presentada en el Teatro Repertorio Español de Nueva York. En esta ciudad norteamericana donde tantos éxitos había cosechado, Alberto Estorino volvió a ser distinguido con un nuevo honor: la beca del Theatre Comunication Group, que financiaba los montajes neoyorquinos de El baile y Parece blanca, a cambio de que el reparto estuviese conformado por actores locales.
Además de estos éxitos nacionales e internacionales, Estorino triunfó también en el año 2000 en Festival Iberoamericano de Bogotá con la presentación de Las penas saben nadar, obra con la que el autor y director cubano acudió, asimismo, al Festival Internacional del Monólogo de Miami (2001). La repercusión alcanzada en todo el mundo por sus espléndidos textos dramáticos y sus deslumbrantes trabajos de dirección le hizo acreedor, finalmente, al mayor galardón teatral de cuantos se conceden en su tierra natal: el Premio Nacional de Teatro (que le fue entregado en La Habana en 2002).
En los comienzos de su carrera literaria, Abelardo Estorino se presentó como un autor de clara tendencia realista, interesado por la problemática social de su país y, de forma muy especial, por cualquier situación relacionada con el ámbito familiar y los conflictos que en él pueden surgir a raíz de la profunda transformación social que vivió Cuba en la década de los años sesenta. En esta primera fase de su producción, en la que se hace patente -como ya se ha apuntado más arriba- la influencia de Virgilio Piñera, el dramaturgo de Unión de Reyes puso todo su esmero en la composición de diálogos enmarcados en la mejor tradición del teatro universal (como puede apreciarse en sus obras La casa vieja y Los mangos de Caín).
En etapas posteriores, Estorino fue evolucionando hacia un teatro de madurez en el que la perfecta asimilación de las principales corrientes europeas y americanas que triunfaron en la segunda mitad del siglo XX (y, especialmente, el Teatro del Absurdo) se refleja en el empleo de nuevas fórmulas rupturistas e innovadoras. Así, puede afirmarse que, en una trayectoria ciertamente original respecto a la protagonizada por otros dramaturgos -y, en general, por otros artistas y creadores-, Estorino partió de una concepción tradicional del hecho creativo para acabar explorando nuevas vías de vanguardia y experimentación (como las que están presentes en sus obras de madurez La dolorosa historia del amor secreto de don José Jacinto Milanés y Morir del cuento).
NOTA EDITORIAL
Texto extraído de www.mcnbiografias.com