Una guerra necesaria, una Revolución para siempre
Autora: Yanelki Rodríguez Gómez
Era el 24 de febrero de 1895, un día de vital importancia para la historia de Cuba, pues fue la fecha en que se reinició la lucha contra el colonialismo español. Se cumplen hoy 126 años del aquella guerra necesaria para la isla caribeña, cuya victoria fue arrebatada por la intervención de Estados Unidos.
A principios de 1895 había un ambiente evidentemente insurreccional. El país estaba sumergido en una crisis económica, matizada por la malversación de los presupuestos y una alta y férrea política impositiva de la corona española. Por otra parte, los cubanos carecían de derechos políticos, incluso para ocupar cargos en el gobierno. En ese escenario aparecieron partidos políticos que se oponían a la independencia. Ante la pérdida del control económico la corona subió de tono la represión, según describen apuntes de la época.
En ese contexto, crecieron los males sociales, pero a la vez estaban presentes condiciones subjetivas, entre ellas la presencia de José Martí como líder, una fuerza dirigente como la del Partido Revolucionario Cubano, y una elevada conciencia de las masas que mantuvieron sus ideales independistas. La situación revolucionaria, gestada en 1895, estaba expresada en la agudización de las contradicciones colonia-metrópoli.
Martí dispuso una consulta de hondo significado político: la elección del General en Jefe del Ejército Libertador, y ya el 18 de agosto de 1984 fue elegido el dominicano Máximo Gómez por unanimidad.
Según señalan los estudiosos de aquella etapa histórica, esa era una opinión generalizada entre los emigrados y en la Isla que sin la participación del valioso guerrero, resultaba imposible el éxito completo de una nueva contienda. La guerra estalló y aunque muchos historiadores aseguran que su inicio fue en el poblado de Baire —por esta razón se le recuerda como Grito de Baire—, otros expertos aseveran que el alzamiento ocurrió de manera simultánea en varios puntos de la geografía nacional.
Esta gesta —aunque superior en diversos aspectos a la Guerra de los Díez Años (1868-1878)— tuvo una vez más el infortunio de que se repitieran errores de ese campaña, como la falta de unidad entre los jefes militares, algo que aprovechó Estados Unidos.
La ausencia de consenso entre los líderes de la campaña posibilitó que el país norteño encontrara una brecha para aniquilar los órganos representativos de la nación cubana. También se sumó la pérdida de líderes político-militares aglutinadores, como Antonio Maceo y José Martí, quienes perecieron en el campo de batalla.
Estados Unidos contempló por 30 años la lucha del pueblo cubano, y puso su empeño en apoderarse de la mayor de las Antillas y así lo dejó en claro cuando impidió la entrada de las tropas mambisas insurrectas a Santiago de Cuba y, con el Tratado de París, se ponía fin a la denominada Guerra Hispano-Cubano-Norteamericana.
No obstante, el reinicio de la guerra y toda su trayectoria sirvieron de enseñanza para tiempos posteriores desde el punto de vista político-militar, sobre todo en cuanto a la necesidad de un mando único. Gracias a ella, muchos tomaron conciencia de que las previsiones del Maestro, eran válidas para Cuba y el resto de América Latina, pues él supo comprender a tiempo el peligro que representaba el gigante del norte para los pueblos del continente.
La guerra necesaria constituyó un Grito de Independencia y otro punto de partida para la Revolución que disfrutamos hoy… y siempre.